jueves, 23 de abril de 2015

III Concurso de Relatos Cortos de Playa Blanca, "Malvasía, los hijos de los dioses", Primer premio de Adultos


Como muchos sabréis, el pasado 23 de Abril se dieron los premios del III Concurso de Relatos Cortos de Playa Blanca, coincidiendo con el Día Internacional del Libro y con el tercer aniversario de la apertura de la Biblioteca Municipal de Playa BlancaAhora queremos dar a conocer los relatos ganadores. Empezaremos con el ganador de la categoría Adulta, un relato titulado "Malvasía, los hijos de los Dioses", escrito por Pedro Alisedo Goycoa, un vecino de Playa Blanca que casualmente fue el ganador del I Concurso que organizamos, por entonces estaba empezando a escribir y tras presentarse en el segundo y no quedar finalista, siguió perfeccionando su escritura y se presentó nuevamente y para sorpresa de todos ha quedado en primer lugar. Felicidades Pedro, sigue así y nos vemos en el cuarto certamen.


Malvasía, los hijos de los dioses


  El señor Tomás camina esquivando las piedras, encorvado pero ágil todavía. Tantea con su viejo bastón una aulaga, despertando a una lagartija que lo mira indignada antes de desaparecer a toda prisa. El señor Tomás se para y sonríe. Amanece y el sereno cubre todavía la Geria como un manto de seda finísimo, mojando la vereda de rofe que nos lleva a la morera.
  El señor Tomás tiene la cara surcada de barrancos secos y los ojos azules de caribe. Las manos duras y el vestir sencillo y remendado; como único lujo guarda la cachimba de madera de majagua que trajo de Cuba cuando volvió, ni rico ni pobre, como él dice, sólo un poco menos ignorante.

   – Si la morera viste bien, habrá buen vino este año.
   – ¿Y la vendimia, pa cuando? – su nieto lo mira serio, los brazos en jarras, y se vuelve hacia mí para que oiga la respuesta, ya sabida y repetida como una letanía.
   – Eso lo dirán la mora y el pico de la tunera, mi niño.

Yo me paro, jadeante, y contemplo a esos dos hombres en la ladera del volcán. Duros, incansables como sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. Sin rendirse nunca, ni volver la cara ante la tierra ingrata ni ante el viento ni ante el fuego que trajo el rofe que ahora pisan. Siento la seriedad del momento y el orgullo de ser invitado a una ceremonia pagana y secular que acabará desapareciendo.
El señor Tomás cuenta que la malvasía es uva griega. Griega de Grecia dice, y traída por los griegos en la noche de los tiempos. Por aquellos navegantes que trazaron los planos rudimentarios que robó Herodoto. Aquellos héroes que costearon África hasta más allá de Borjador llevaron consigo esquejes de viñas y moreras. El señor Tomás dice que los hijos de los dioses creyeron al avistar Lanzarote que se encontraban ante los restos de la Atlántida, tierra también de dioses. Pero al desembarcar se turbaron al ver una tierra tan yerma e ingrata.Y se preguntaron qué pecado habrían cometido los habitantes de un lugar tan excelso para merecer un castigo tal de sequía y viento feroz.

Los helenos consultaron al oráculo y éste trazó un círculo en la arena y ordenó plantar una viña. Lo mismo hizo para la morera. Cuenta el señor Tomás que el oráculo anunció que sólo darían vino aquellos esquejes cuando los dioses los bendijeran con su aliento sagrado. Después los hijos de los dioses partieron y no regresaron jamás.
El señor Tomás se para a descansar de su plática y a secarse el sudor con un pañuelo polvoriento.

Se acerca a un soco y desciende de puntillas, como para no despertar a la viña dormida. Sopla y limpia un racimo temprano con su mismo pañuelo. Y el racimo brilla con un serpenteo de olivina.

- Anden ustedes, que falta poquito y hay que subir antes de que el sol se beba el relente.
El señor Tomás tiene la voz fuerte y segura de buen cantador de folías. Le habla al viento, hacia adelante, aunque nosotros caminemos respetuosos unos pasos detrás. Dicen que trajo de la Habana olor a mulata y que su señora no lo dejó entrar en la casa hasta pasados dos años, que fue lo que le
tardó el olor en desaparecer. Si algún compadre se lo comenta el señor Tomás se ríe quedo y dice:

   “menuda mujer”. Y el paisano se queda sin saber de qué hembra habla el viejo.

   - Siglos tardaron los dioses en hablar, en bendecir esta tierra. Cuando lo hicieron vomitaron el fuego sagrado durante seis años y crearon cien volcanes. Forjaron un horizonte de lava y de luna, donde la vid pudiera beber. A sorbitos cortos, cada una en su soco.
Acabado el ascenso contemplo la Geria. El sol que apenas asoma va creando efectos inciertos de brumas y sombras mágicas en el paisaje negro. La morera se achata del alisio y se presenta ante nosotros extendida de verde pálido. El señor Tomás se llega hasta ella y busca una mora reventona.

La arranca con delicadeza y luego se sienta despacio, con las piernas cruzadas. Me hace una señal para que me acerque y me siente a su derecha. Su nieto extiende a los pies del viejo un paño blanquísimo con bordes de encaje. El señor Tomás saca del bolsillo de su chaqueta un algodón que envuelve un pico de tunera, grande como una aguja. Con él rasga la mora y deja que sangre un poco. El jugo de la mora resbala por la mano agrietada y cae goteando sobre el paño. Después el señor Tomás deja a un lado la mora y observa un buen rato, muy quieto, las manchas moradas, liláceas y granates que forman un cuadro manriquiano sobre el lienzo blanco.

   - La cosecha será buena de cantidad y excelente de calidad.
   - ¿Y la vendimia pa cuando? - repite su nieto.
   - No se hará antes del siete de agosto – el señor Tomás mira a los ojos de su nieto y éste asiente solemne – Y ahora saca esa botella y vamos a echarnos un trago.
El nieto saca del zurrón una botella de malvasía y tres vasos de cristal fino y viejo envueltos en paños. Después nos sirve con cuidado a cada uno. El señor Tomás mira el vino en silencio, pensativo. Levanto mi vaso y mido los brillos pajizos y las irisaciones verdes del vino y escucho al viejo.
   -Usted, que sabe de esto, podría contarme de tonalidades y colores, de aromas de melocotón,
de frutas y flores, de retro gusto, si así se dice...De todas esas boberías de entendidos. Pero yo le voy a decir cómo es este vino: tiene el color de los ojos de Ico y de Yaiza, las princesas que enamoraron a los españoles. Ojos de mar y de risco. Y tiene aroma de la Historia: de majos, griegos, normandos, de holandeses y bereberes. Aroma mineral de basalto ardiente. Y dicen que sabe a vida. Oí a alguien decir que sabe a agua en el desierto, pero ¿quien quiere agua teniendo vino?. Y la vida se acaba,  pero los sueños...,los sueños perduran. Y este vino está hecho de sueños.

  El señor Tomás agita en círculos lentos el vaso y susurra apenas unas palabras, una oración quizás, que no alcanzo y se pierde en el silencio puro del alba.

   - Y ahora bebamos.

  Alzamos los vasos y el señor Tomás toma un trago generoso entrecerrando los ojos, sumido en sueños que solo él conoce.

Pedro Alisedo Goycoa

4 comentarios:

  1. Muy bueno Pedro !!! Brindaremos pronto por ese premio . Un abrazo

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  2. Te dan ganas de tomar una copa y probar el Malvasía. A ver si encuentro una botellita en la península!! Pero tomarla ahí no tiene comparación!! Genial el cuento, inspirador!! Felicidades!! (Nati)

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  3. Precioso Pedro. Mi más sincera admiración. Un abrazo.

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  4. Muchas gracias Eddy, Nati y Ana; me alegro que os haya gustado. Un abrazo. Pedro

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