martes, 30 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "Icarus", Tercer Premio Adulto


Ya le ha llegado el turno al tercer premio de la categoría de Adultos, un relato futurista con tintes gore, de las manos del joven vecino de Playa Blanca, Francisco Lara Sánchez.


Icarus
Fue solo un golpe seco. La luz del Sol entró por la ventana de la estación con tal fuerza y nitidez que casi me hizo daño. El encuentro me había dejado casi sin energía de modo que apenas tuve que esforzarme para entrecerrar los ojos durante el ciclo de noche mientras hincaba los codos frente al cuadro de mando en pos de intentar recuperar algo de tiempo de sueño perdido. Las operaciones automáticas comenzaron hacía ya varias horas aunque los bips y órdenes de la IA no llegaron a desvelarme. Me encontraba sobre la tabla de operaciones desde hacía rato esperando con desdén algún mensaje desde la estación de Artau, en el pico norte de La Tierra, mensaje que no llegaba desde hacía casi mes y medio desde la última toma de datos. El olor a descomposición hacía las labores mucho más rápidas que cuando las practicaba en el curso de entrenamiento aunque casi no se notaba gracias al traje de aislamiento que llevaban mis compañeros poco antes de morir. Deshidratación, hambruna, locura, suicidio y homicidio -alguno de ellos perpetrados por mi propia mano- hicieron que el número de tripulantes de la plataforma USS MADARA disminuyese en catastrófica medida. Fuimos doce los que comenzamos la iniciativa "Aurinko": dos astro-físicos, dos técnicos de operaciones, dos técnicos de campo, una técnico en telecomunicaciones, un revisor, una piloto, un copiloto, la Teniente Havook y yo, que hacía las funciones de recopilación de datos, diario de abordo y "log" o información y actualización de misión. No puedo decir que fuese el mejor en mi campo pero sí puedo dar fe de la preparación física y mental de mis compañeros de operaciones dirigidos por la Teniente Havook, la primogénita de una larga casta de militares que se había propuesto redimir el hecho de haber nacido mujer muy a pesar de su padre. Sentimiento que, por ende, transmitía con gran facilidad a todos los que la rodeaban. Yo, concretamente, lo encontraba agotador. A la Teniente le fue asignado un equipo de especialistas de primer nivel B, es decir, los notables tras los sobresalientes de sus respectivas academias y promociones. Imagino que para no lamentar demasiado las pérdidas potenciales de la iniciativa en clave "Aurinko". Dos gobiernos sumaron grandes cantidades de dinero del contribuyente para financiar su propia arma de nueva generación disfrazada de observatorio solar por un supuesto caso de "alerta de radiaciones solares agresivas" que repentinamente iban a inundar la tierra en un plazo de siete años. Era mentira. Una de tantas que nos contaron tanto al público como a los cadetes que querían llevarse su medalla al cumplimiento del deber y retirarse con una buena paga antes de los treinta.

Fue un desastre. Ambas nacionalidades consiguieron comprar a casi todos los tripulantes para tomar el control del USS MADARA en su propio beneficio y consiguieron desatar abordo lo que aún no se había conseguido en La Tierra: una guerra entre nacionalidades. Unos de un bando y otros de otro, los primeros en caer fueron los astro-físicos y la especialista de comunicaciones a manos del equipo de campo, que tomaron rápido el control de la plataforma mientras la Teniente, el piloto y yo intentábamos resistir. Los demás, entre ellos la Teniente, fueron cayendo poco a poco por diversas razones. El episodio con el piloto casi me cuesta un pulmón. Entró en pánico cuando la IA informó a toda la nave de la inminente falta de recursos y reservas y las comunicaciones se perdieron con el centro de mando evitando así la recogida de todos nosotros. Su primer impulso fue ir a encontrar la muerte a manos de los soldados técnicos de campo pero antes de alcanzar la puerta se giró hacia el cuerpo sin vida de la Teniente, le arrebató la bayoneta de cristal del rifle de pulso e intento sacar, según su criterio, el aire de mis pulmones para que uno de nosotros pudiese pilotar la nave de vuelta a casa. Una casa que todos perdimos en el mismo momento en que aceptamos venir a esta locura gubernamental. Cuando el piloto se lanzó hacia mí con el rostro completamente desencajado no pudo ver más allá de su desesperación y todo cuanto pudo lograr fue tropezar con un miembro inerte del cuerpo de Havook y estamparse contra la pared, perdiendo así el equilibrio. Ese fue el momento que puede tener para discurrir en décimas de segundos y valorar la vida de un hombre y la mía propia, situación en la que jamás esperé encontrarme. Arranqué como pude la caja de primeros auxilios que tenía a escasos cincuenta centímetros de mi y la estampé repetidas veces con toda la fuerza que el miedo y el desconcierto me habían infundido directamente contra la parte superior y más blanda del cráneo. Al final de lo que recuerdo como un destello blanco de ira me vi hincado de rodillas, jadeando y con las manos doloridas de la tensión que aún sentía pese a no tener ya nada entre ellas. En otras circunstancias habría estado horrorizado y asustado, no por ser capaz de llevar tamaña atrocidad, sino por las represalias penales que en cualquier punto del planeta tendría. Curiosamente, aquí arriba, estaba tranquilo tras un momento de histeria. El silencio se apoderó del USS MADARA y no había ruido alguno salvo el de mi propia respiración, mis jadeos y mispasos. Fuera el universo seguía tan sosegado y oscuro como lo estaba hace miles de años. Ahí fuera podría hacer una temperatura de unos menos doscientos grados y yo sentía mi pecho apunto de implosionar y convertirse en una supernova. Aún así no conseguía quitarme de la cabeza el mensaje de la IA por la falta de reservas y debía saber con cuánto margen contaba, de modo que me encaminé hacia el almacén B1.

Durante el camino hacia la sala podía ver señales de lucha y sangre por toda la instalación pero la incesante sensación de presencia a mis espaldas u oculta tras una sombra era lo que más me angustiaba. Podía sentir la carga de la excitación y el terror sobre mi espalda e incluso comenzaba a sudar y a faltarme el oxígeno. Las luces del pasillo comenzaron a parpadear cuando me estaba acercando a la B1. El panel de seguridad estaba completamente destrozado y salpicado por lo que parecía una mezcla entre sangre y fluido estabilizador de un traje de revisor. Ese líquido era bastantecorrosivo fuera de su almacenamiento yo lo último que quería era sumar quemaduras químicas a mi lista de cosas con las que lidiar, de modo que estampé un casco de piloto de la armería contra los botones del panel y la puerta se abrió, dando paso a algo más allá de cualquier tipo de concepto abstracto, compresión o imaginación humana alguna. Una silueta se presentó ante mí, a unos escasos cinco metros de distancia. Dos charcos de sustancia, un en el suelo y otro en el techo, con un color en un punto entre el negro y el morado oscuro, se unían en el centro de los mismos en forma de chorro, de donde emergían dos brazos huesudos, alargados y nerviosos, que terminaban en lo que podría considerarse dos extremidades prensiles compuestas de tres protuberancias a medio camino entre unos dedos de falanges alargadas y las garras de un reptil al final de cada brazo.

El entorno pareció sumirse en un murmullo silencioso donde la luz comenzó a irradiar con más fuerza que de costumbre mientras los colores iban perdiendo calidad. Solo podía conseguir escuchar el sonido de mi corazón apunto de salir a través de mi pecho y los incesantes y ensordecedores latidos de mi pulso tomando control de mi raciocinio. En ese mismo instante, el espectro pareció contraerse en lo que parecía un movimiento torpe y viperino y clavó en mí una inexistente mirada desde un rostro que no poseía. En el lugar donde debería tener un humanoide debería tener cuello y cabeza solo podía observar un desmesurado óvalo que emanaba destellos con los reflejos de la luz de las estrellas como todo su cuerpo. A medida que la criatura comenzó a acercarse lentamente mis ojos comenzaron a nublarse. Debí haberme agotado en la última hora y mis reservas de energía deberían estar a menos del cincuenta por ciento. Sí, debería ser eso. Abrí y cerré los ojos tan fuerte como pude para cerciorarme de que aún seguía viendo al extraño ente, pero todo pareció volver a la normalidad: los colores volvían lentamente, el sonido sordo de los motores, los lejanos parpadeos de los astros. Recorrí la sala con la vista viendo el horrendo espectáculo que ahí encontré tras mi extraña visión. Cuerpos mutilados y abiertos en canal dispersos por suelos, techos y paredes, pero ninguna señal de suministros. Las luces volvieron a parpadear, los colores comenzaron de nuevo a desvanecerse y yo comencé a dejar escapar lentamente el poco oxígeno que aún albergaba en mi cuerpo con un jadeo profundo y prolongado antes de que todo setornase de color negro tras un fuerte impacto contra el casco de la nave.

Debí haberme quedado finalmente dormido frente al panel de control. No había comido en días y había llevado mi cuerpo hasta el extremo. Las visiones se hacían cada vez másfrecuentes pero eran solo eso, visiones. La IA parecía haber no presenciado nada de lo ocurrido y continuaba inundando la estación con sus órdenes asignadas. La cabeza iba a estallarme y el panel parecía no recibir señal alguna proveniente de La Tierra. Ya no podía seguir. El indicador de oxígeno bajaba por minutos, el ciclo de reciclaje de aire no funcionaba desde hacía horas y el hedor en cada rincón era cada vez más denso.Torpemente intenté incorporarme para ir a la sala de prospecciones, justo al lado de la cabina de comunicaciones, y poder así acceder a las reservas de oxígeno de los trajes. El sudor se me acumulaba en cejas y párpados y mis pasos eran cada vez más toscos y lentos. Las luces comenzaron a parpadear. 

De nuevo volvía a tener sensación de peso sobre mis hombros, los colores comenzaron a perder claridad, las luces exteriores volvían a brillar pero ahora con más intensidad que antes. El oxígeno comenzaba a condensarse en el interior de mi caja torácica por la atrofia de mi cuerpo debido a la falta de reservas que estaba ya experimentando desde hacía días. Otra vez la sensación de ser observado, otra vez la presencia y otra vez solo mientras mis órganos iban fallando uno a uno. A duras penas conseguí llegar a la puerta de prospección pues lo que otrora consideraba un paseo de doce metros ahora parecía una autopista de cemento fresco. A mi espalda pude vislumbrar el reflejo de la atrozcriatura que yo pensé haber visto en la vigilia, en un punto entre el agotamiento mental y el ardor físico de mi cuerpo. La tenebrosa figura abstracta parecía haber duplicado su masa y ahora ocupaba casi la totalidad del angosto pasillo justo detrás de mí. Pude retroceder lo suficiente como para alcanzar uno de los trajes de prospección y me lo enfundé tan rápido como mis fuerzas me permitieron. El ser amorfo aparecía y desaparecía a voluntad propia, cada vez con un brazo más emergiendo del contorsionado torso que ante mí se presentaba, esquivo de la luz y amigo de las sombras, que eran muchas a ese momento. La voz de la IA comenzó la cuenta atrás desde diez y yo no dejaba de apartar mi vista de la ventana de la puerta que separaba a la criatura de mí. La despresurización era inminente y solo tendría que aguantar fuera lo suficiente como para que el ciclo de reciclaje de oxígeno pudiera eliminar el ambiente viciado de la estación. A tres segundos la puerta se abrió tan rápido que casi no pude apreciar ruido alguno y sin darme cuenta salí disparado hacia el exterior de la nave. La distancia era cada vez mayor o así me lo parecía, pero debía ser por el agotamiento inevitable que abrazaba todo mi ser. No, no era el agotamiento. Un pequeño golpe sordo golpeó la escafandra de tungsteno de mi traje y lo que en principio parecía un extraño borrón ahora podía ser apreciado con total claridad: la manguera de suministro de oxígeno del traje. Eso quería decir que no estaba anclado a la nave y mi retorno al USSMADARA era imposible bajo toda lógica y circunstancia. El indicador de mi casco aún podía comunicarse con la IA de la estación para órdenes básicas e información de estatus protocolaria. Mi visión era cada vez más borrosa pero ya no tenía el sentimiento de pesadez sobre mi cuerpo. Mis extremidades flotaban a la deriva como un leño en medio del océano y a medida que me alejaba del MADARA, mi cuerpo se resistía cada vez menos a la sugerencia de un profundo y placentero sueño. Las luces no brillaban, se extenuaban. Inicié el protocolo de grabación y he aquí mi historia.

Soy el Técnico de Registro de datos abordo del USS MADARA Francis D. Pritchard. La misión ha sido un completo fracaso, todos los miembros de la tripulación han caído y me encuentro a más de dos kilómetros del último punto de registro de datos por la estación Artau en La Tierra pero me voy tranquilo sabiendo que, en cumplimiento del deber, caímos sin poder completar el objetivo de un mundo extraño que nos convirtió a todos en enemigos y extranjeros. Fin de la transmisión. No habrá desfiles conserpentinas, no habrá nombramientos ni galones, las mujeres no llorarán y no tendré que saludar a una bandera que para mí no significa nada. Tengo sueño. La luz me envuelve. Mis ojos se cierran. Quiero dormir. Por fin duermo.



domingo, 28 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "La historia de Carmen", Segundo Premio Infantil



Hoy le toca a otro 2º Puesto de infantil, como podréis ver estos niños tienen mucha imaginación. "La historia de Carmen", de la estudiante del CEIP de Playa Blanca, Ana Rodríguez Martín.


La Historia de Carmen

Hace poco tiempo, ocurrió algo en Yaiza, era una chica que vivía sola, ella era una persona normal y corriente, pero odiaba mucho a los niños. Carmen era una chica muy guapa morena con los ojos marrones. Todos los días ella se levantaba y se iba a trabajar, estaba aburrida de hacer siempre lo mismo así que decidió irse de vacaciones. Allí en Londres se hospedaba en un hotel, todos los días hacia algo diferente, se lo estaba pasando genial. A la mañana siguiente, sus vacaciones habían terminado. Hizo la maleta y se fue al aeropuerto con destino Lanzarote, cuando iba bajando en el avión no podía creer lo que estaba viendo ese sitio no era Lanzarote. Era un país lleno de color rosa, las casas estaban echas con nubes y el suelo solo eran chuches, era el Reino de las Hadas. Carmen estaba asombrada por lo que estaba viendo, de repente un hada se le acercó y le dijo:

-Mi reina os llama, quiere que os presentéis ante ella.

Carmen, lo siguió y no dijo nada pero estaba muy enfada porque no estaba en Lanzarote, cada vez que iba avanzando iba viendo más dulces de todo tipo. Después de un pequeño viaje, llegó al castillo donde vivía la reina, allí la reina le comentó:

-Me he enterado que odiáis a los niños y cada vez que alguien dice que odia a los niños lo mandamos directamente a nuestro Reino, y su castigo es convertirse en hada hasta que cumpla una misión.

Carmen:
-No quiero ser un hada.

Reina:
- Es tu castigo, tu misión es que los niños crean en las hadas porque si no creen, todas las hadas morirán.
Carmen indignada siguió las órdenes de la reina, al rato, la reina le dio sus alas y su ropa. Había comenzado su misión, Carmen se dirigió al pueblo más cercano donde estaba lleno de niños allí intentó acercarse a un niño pero sus intentos fueron en vano y así siguió durante semanas. Un día como todos los días fue a intentar hablar con los niños pero lo hizo contándoles un cuento. Los niños muy entretenidos escucharon a Carmen, cuando ella había acabado de leer el cuento, todos los niños se acercaron hacia ella, y empezaron a decirle que todos los días le contara un cuento. Y así fue, Carmen todos los días les contaba un cuento de las hadas para que creyeran en ellas, y así todos los niños del pueblo creyeron en ellas. Ellos se lo contaban a sus amigos era como una cadena, hasta que en unos meses todos los niños del mundo creían en las hadas. Carmen había cumplido su misión, después fue al castillo de la reina y le dijo:
-Muchas gracias, ya no tendrás que ser un hada.

Carmen:
-No, yo quiero ser un hada.

Reina:
-Bueno si lo deseáis…
Y así fue como Carmen aprendió a querer a los niños, ella, siguió en el Reino de las Hadas donde vive con sus amigos.

Ana Rodríguez Martín

sábado, 27 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "Idaira y las aguamnarinas de Playa Blanca", Segundo Premio Infantil


En la categoría Infantil estaba muy reñido el 2º Puesto, por lo que el jurado decidió dar 4 segundos premios y repartir los de la categoría de Juvenil que había quedado desierta. Hoy le toca el turno a "Idaira y las Aguamarinas de Playa Blanca", del la estudiante del CEIP de Playa Blanca, Nayra Alonso.

Idaira y las aguamarinas de Playa Blanca

Un día de verano, en un lugar llamado Playa Blanca, una familia decidió pasar un día en la playa, la hija se llamaba Idaira, ella era alegre tenía el pelo largo y recogido con los ojos azules y la piel blanca. Un día soleado que rajaba las piedras dijo Idaira: quiero ir (suspiró) a la playa. Vale dijo su madre, hicieron comida y se fueron.
Idaira tiró su toalla y se fue al agua corriendo. Vio una cola de aguamarina pero creyó que era de pez. Mientras comían Idaira escuchó un ruido y dijo ella extrañada: ahora vuelvo. Idaira al ver una aguamarina se sorprendió muchísimo y se le escapó y dijo:

¿Qué eres tú?.
Soy una aguamarina. ¿Quieres venir por la noche a las ocho?.
Vale nos vemos. ¿Traigo un traje de buzo?.
Si, dijo Keiti la aguamarina.

Se reunieron Keiti e Idaira, Idaira se puso su bombona y se pusieron a bucear ¡hasta el océano aguamarínico! ¡vieron una cúpula! y pasaron adentro porque tenían el corazón puro y la cúpula era mágica porque allí todos tenían el corazón puro. Se intercambiaron cosas, Idaira dijo:

Los animales en la tierra tiene patas y corren.
Aquí los peces tienen aletas y nadan.
¡Ahhhhhhhhh!, dijo Keiti, ¡había una tormenta!.

Fueron a ver a la aguamarina más sabia, ella les dio un cántico.

¡Venga correeeee! Dijo Keiti a Idaira y se pusieron a cantar el cántico:
¡Oh tormenta!¡Oh tormenta! Para de llover y tendrás nuestro respeto, nuestro respeto, respeto.
¡Uf! Que alivio que ya haya parado y el peligro se esfumase, dijo Idaira.
Verdad, dijo Keiti.
Bueno me voy a casa porque ya es tarde dijo Idaira. Y yo, dijo Keiti.

Idaira guardó el secreto de que existían las aguamarinas y nunca más vieron en la tierra una, bueno lo que yo creo.

Nayra Alonso Gomariz

viernes, 26 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "La Visita", Segundo Premio de Adultos

Hoy le toca el turno al 2º Premio de la Categoría de Adultos, que recayó en Sergio Valdés con su relato "La Visita". esperamos que disfrutéis de su lectura.



La Visita 

          David acababa de poner el plato en la mesa cuando recibió un whatsapp. No quiso cogerlo porque empezaba a arrepentirse de instalar el dichoso “programita de mensajes”. Al final, el pescado y la conversación con su mujer ocuparon toda su atención.

-          Hoy es domingo, noche de miedo- le dijo David a Elena, su mujer.
-          ¡Ah, es verdad!. ¿Ya quedaste con Lolo para ver “cuarto milenio”?.
-          No. Pero ya le mando luego un “guasá” de esos.


Terminaron de comer y, mientras Elena fregaba los platos, David recogía la mesa, cuando vio la señal intermitente en el móvil. Después de unos segundos mirándolo siguió recogiendo. No quería verse dominado por un aparato, así que hizo el esfuerzo, soportando el recuerdo del mensaje como un taladro en su cabeza.

Cuando ya estuvo todo recogido y no tuvo excusa, cogió el teléfono y tranquilamente, con el aparato en la mano, se sentó en el sofá junto a su mujer y encendió un cigarro para ella y otro para él.

El mensaje era un logo de una cara alargada cubierta por las manos que mostraba sorpresa, como la de El grito de Edvard Munch. Era enviado por un número desconocido para él.

-            ¿Tú sabes de quién es este número?- le preguntó David a su mujer?-.
-            No, pero espera que lo compruebo.- Marcó el número en su teléfono pero no le apareció ninguna identidad.

Miró la información de contacto del whatsapp y encontró la foto de un bulldog francés durmiendo, sin mensaje de estado, sin nombre.

-            ¿Quién tiene un bulldog francés?- se preguntó David más para sí mismo que a su mujer. Al no obtener respuesta, se encogió de hombros.- Bueno, pues ya insistirá.

   Eran las diez de la noche cuando David se disponía a salir hacia la casa de Lolo. Recogió unos panchitos y una petaca de whisky y se despidió de su mujer.

-Bueno me voy ya- le dice a Elena-. Antes de irte a dormir dame un toque.

 El camino se le hizo misterioso. Su coche era el único que circulaba por la tranquila carretera de San Bartolomé a Playa Honda. Una gran ventaja que tiene vivir en la isla de Lanzarote es la ausencia de atascos y, a ciertas horas y en ciertas carreteras, puedes estar “casi” sólo. Tras la oscuridad podía ver las siluetas oscuras de los volcanes. Se le ocurrió poner la banda sonora de Silent Hill, su videojuego favorito desde hace ya más de una década, para dar más misterio. Vio a lo lejos la pista de aterrizaje del aeropuerto y cómo un avión se disponía a aterrizar, así que salió de la carretera y paró el motor para disfrutar del espectáculo, dejando la música encendida. La fuerte luz amarilla fue acercándose cada vez más hasta que pudo distinguir las parpadeantes luces roja y verde. Parecía una pista de bolos con la bola acercándose a él. Todo giraba en torno a Lolo y a lo que le hizo; a su prometedora carrera como jugador que desarrolló de un modo innato. Era una joven promesa que pudo vivir de este deporte, que era lo que le apasionaba. Su swing era conocido en todas las islas como “la zarpa del Tigre”. Así era como le llamaban: “el Tigre”. David, en cambio, siempre fue muy patoso y el Tigre le cedió poderes de representante para compartir su éxito, aunque, de todas formas, todo lo gestionaba él mismo. En la noche más importante de su vida consiguió reunir a los mejores representantes del país, su futuro dependía de esa noche. Todos pueden tener una mala partida, pero el Tigre nunca fallaba; así que no importaba que David, que como mucho batía algún bolo, jugase en su equipo. Cansado de tan poco acierto, a David se le ocurrió cambiar de bola. El Tigre se acercó para ayudarle, ofreciéndole una bola del 12, pero David quería una del 15, como las que usaba el Tigre. Encontró la bola que buscaba y, en uno de sus actos impulsivos, la agarró sobreexcitado con fuerza hacia sí mismo empujando la mano del Tigre hacia el interior del surtidor, destrozando su carrera y su vida. Sabía que, aunque mantuviesen una amistad fuerte, Lolo tenía una herida sin cicatrizar y, en lo más profundo de su corazón, le guardaba rencor. Podía sentirlo. Pero David no podía pasarse la vida lamentándose por haber cometido un descuido que le costó la carrera a Lolo.

Tal vez fuera peligroso estar apartado de la carretera en esas circunstancias, así que puso el seguro del coche. El avión  estaba a punto de tomar tierra. Miró a su alrededor por si veía alguna sombra acercarse… y de repente el móvil sonó. Era un mensaje de Lolo: “¿Vienes o no?. Están hablando de casas encantadas”. El mensaje le hizo cambiar el ánimo a David. Lolo es el mejor amigo que se puede tener. Por eso siempre le lleva whisky para no verle triste. Se encendió un cigarrillo, terminó de ver aterrizar el avión; aunque no lo vio tan nítido como esperaba, solo unas luces bajando entre otras luces; arrancó el motor y se dirigió a casa de su amigo.

 David se acercó a la puerta con las manos ocupadas por el whisky y los panchitos y, como la casa de Lolo no tiene timbre, tocó dando unas patadas sonoras mientras gemía como un fantasma.

-Pero, ¿qué coño haces?- le recrimina Lolo abriéndole la puerta.- ¿Qué quieres?, ¿llamar la atención del vecino sarasa?.

-Te he traído whisky- David le ofrece la petaca mientras va entrando en la casa y deja lo que ha traído encima de la mesa que hay junto al sofá, enfrente de la tele, y se vacía los bolsillos.

-Esto no me soluciona nada pero me lo arregla todo- dice Lolo antes de dar el primer trago.

-¿De qué están hablando hoy?- pregunta David mientras se sienta en el sofá junto a Lolo.

-Se han encerrado en un antigüo hospital para oír cosas.

-Si hubiese una casa llena de fantasmas yo la compraba.

En la tele se veía a una persona sentada en la oscuridad llamando a los espíritus, lo que hizo que ambos amigos rieran. Se oyó un fuerte golpe y el locutor se envalentonó emocionado y nervioso, lo que provocó más risa aún.

-Pues hace poco hablaron de Montaña Roja- dijo David-. Por lo visto hay un rey enterrado allí y cuando bajaron dentro notaron una presencia que les hizo salir pitando.

-Pues nada, habrá que ir allí.

-¡Ah!. Me mandaron un whatsapp y no sé quién es. Márcalo tú a ver si tienes el número- Lolo cogió el móvil y se dispuso a marcar-. Seis…, cero..., siete…

-¿Te lo sabes de memoria?- dijo Lolo mientras marcaba los números sin dejar de mirar el teclado-.

-Sí, de tanto buscarlo. Otra vez cero, siete…, uno, cero, cinco,…

David terminó de darle el número sin quitar la vista del televisor hasta que Lolo le hizo desviar su atención.

-“Te visitará la muerte…”

-¿Qué?- David miró asombrado a Lolo inmóvil.

-¡Hostia David!, ¿éste quién es?. ¿El matatías, el cacerolo…?. ¿Quién puede poner un estado así?.

David se arrimó al teléfono de Lolo, más avanzado que el suyo, y lee el mensaje de estado: “Te visitará la muerte…!.

Lolo amplió la imagen buscando alguna pista. Por momentos creyeron encontrar alguna silueta alrededor, trataron de identificar el mobiliario… pero casi toda la imagen la ocupaba la cabeza del perro durmiendo.

-¡Vete preparando!- le dijo Lolo en broma pero con cara seria-. Pregúntale quién es.

-No puedo. Lleva desconectado todo el día.

-A ver, piensa quién puede poner un mensaje así.

Ambos miraban la foto mientras repetían pensativos “te visitará la muerte… te visitará la muerte…”. De repente sonó el teléfono de David, quién miró a Lolo perplejo por unos segundos. Resultaba terrorífico cómo el sonido del móvil, un tono que imitaba el timbre de los teléfonos antigüos, rompía el silencio con cada “ring”.

-Uff, qué susto- dijo David mientras se levantaba para recoger su móvil de la mesa-. Es Elena. Le dije que me diese un toque antes de irse a dormir. Hola mi niña.
-Mi niño, ya estoy en la cama. ¿Qué tal lo estáis pasando?

-Bien, bien… Estamos aquí viendo “Cuarto milenio”. Y tú, ¿qué tal?, ¿qué has hecho?.

-Pues nada, …ahí viendo la tele. Estoy muerta de sueño. Voy a caer tan rendida que no voy a volver a levantarme. Bueno, pues que lo paséis bien. Ya nos vemos mañana. Y no te vuelvas muy tarde que mañana tienes que trabajar.

-Ya lo sé. En cuanto termine esto vuelvo a casa.

-Pero ten mucho cuidado en el camino de vuelta- David se asusta un poco.

-Mi niña, no me digas eso… Que sí, que yo tengo cuidado. Como si nunca hubiese cogido el coche…

-Sí, ya, pero esa carretera está muy oscura. Tú ten cuidado por el camino, ¿eh?.

-Que sí, que sí, mi niña. Mira que decirme eso… Mañana te cuento, anda.

-Bueno, te corto que me caigo muerta de sueño. Que lo paséis bien, cariño. Te quiero.

-Te quiero mi niña. Un beso.

David volvió a su sitio con el móvil en la mano. Pensó en la casualidad de que su mujer estuviese preocupada precisamente esa noche, en la repetición de la palabra muerte… Dispuesto a averigüar quién se escondía detrás de ese mensaje, agregó ese número como contacto.

-¿Qué le digo?- le preguntó a Lolo.

-Pregúntale quién es.

-No, se supone que él sabe quién soy yo y si le pregunto eso puede responderme cualquier cosa.

-Pues mándale lo mismo que él te mandó a ti.

-Buena idea- buscó el mismo logo y se lo mandó-. ¡Ah!. No me acordaba que estaba desconectado.

-¡No!. ¡Se acaba de conectar!... Espera… Se ha vuelto a desconectar. Este se ha conectado solo para leer tu mensaje.

-Pero, ¿cómo puede ser?.

Ambos quedaron unos segundos en silencio pero con un nerviosismo que les avivaba por dentro. No estaban preocupados pero sí intrigados. Aún así decidieron esperar que respondiera a insistir, aunque, pasados varios minutos a David le pudo más la curiosidad.

- Voy a mandárselo otra vez… Ya está.

-¡Otra vez está conectado!- En ese momento sonó el móvil de David-. ¡Hostia!. ¡Se ha vuelto a desconectar!. ¡Ese se conecta solo para hablar contigo!.

David abrió el mensaje y se encuentró con el mismo logo otra vez.

-Pero, ¿cómo puede ser?- preguntó David desconcertado.

-Tendrá alguna opción de permanecer en estado de no conectado.

-Sí pero, entonces, ¿por qué aparece como conectado para responder?

-Yo qué sé. Aquí hay para una novela de Stephen King.

-Voy a ponerle “¡qué pasa tío!”.

Pasaron varios minutos más pendiente del teléfono pero no hubo respuesta. David volvió a mandar otro mensaje que decía “¿sabes lo que ha pasado en tu pueblo?” esperando una reacción de curiosidad y una respuesta decente para recoger algún dato sobre su interlocutor, pero nada, no contestó.

Pasaron los minutos y la conversación perdió interés, así que David decidió ir directamente al grano: “¿quién eres?”, le preguntó. Hecho esto, Lolo, que estaba pendiente del móvil, se alarmó.

-¡Se ha conectado!- el móvil de David volvió a sonar-. Ya está. Se ha vuelto a desconectar.

-Bueno, vamos a ver quién es.

David abrió el mensaje y quedó aún más desconcertado. Ya no sentía misterio, sino enfado, porque el asunto había perdido la gracia. El mensaje repetía “te visitará la muerte…” pero esta vez con tres signos de exclamación hacia abajo seguido por un logo con una cara muerta.

-Bueno, pues se acabó. Ya no le hago caso. A ver si se cansa y me dice quién es.

Este asunto les absorbió tanto que el programa llegó a su final casi sin darse cuenta. David, nervioso porque era tarde y tenía que madrugar y por la noche que llevaba, recogió sus cosas y se dispuso a salir.

  Ya en la puerta se despidió.

-Bueno… pues nada. Ahora a enfrentarme a lo desconocido- dijo David en plan cómico-.

Bajó las escaleras de la casa y se subió al coche. Mientras se abrochaba el cinturón vio por el espejo retrovisor la puerta cerrada. Lolo no se quedó esperando a que David se fuese, como siempre hacía, pero no le dio importancia.

Arrancó el motor y volvió a sonar la música. Saliendo de Playa Honda, vio un coche de la guardia civil parado en mitad de la rotonda. Debía ser un control de alcoholemia.

Al pasar por una zona industrial fue a encenderse un cigarro pero no encontró el mechero. “El camino promete… así que mejor que fume…”, se dijo a sí mismo. Encontró el mechero debajo del móvil, detrás de la palanca de cambios. Lo cogió y miró al frente y vio en el retrovisor las luces de la guardia civil que le seguía. Recordó oír algo de que estaba prohibido conducir fumando, así que decidió no arriesgarse; dejó el mechero y el cigarro a un lado y condujo prudentemente. “Así que esto era el peligro que me esperaba… ¡Noche maldita!”, pensó David. El coche le seguía muy cerca, las luces ocupaban casi todo el retrovisor. “¿Querrán algo de mí?... ¡Mierda!, ¡la música!”. Tenía el volumen tan alto que si la guardia civil le hubiese dicho algo por el altavoz no lo habría escuchado. Así que dejó el sonido casi inaudible manteniéndose cauto y a la espera.

Pasó a setenta kilómetros por hora en una carretera con límite de ochenta, deseando acelerar, pero la guardia civil siguió pegado a su coche, ni siquiera le adelantó. “Pero, ¿qué querrán?”, pensó David.

La rotonda a Güime estaba completamente vacía y aún así David casi paró totalmente el coche antes de entrar. Pasó la rotonda sin quitar la vista del retrovisor y se alegró al ver a su perseguidor tomar otro desvío, pero no respiró tranquilo, ni se encendió el cigarrillo. Pensaba que podrían estar tomando un atajo para cortarle el paso, en el caso de que le hubiesen hablado sin él escucharlo. Volvió a subir el volumen mirando a diestro y siniestro donde solo encontró oscuridad.

Ya casi estaba en San Bartolomé, vio las casas y las luces de la calle y… subiendo por el camino directo a Güime al coche de la guardia civil viniendo hacia él. David se disgustó por no haber fumado el cigarro pero trató de tranquilizarse. “No estoy haciendo nada malo. No pueden hacerme nada”, pensó. Se adentró en el pueblo esperando cualquier cosa. “No me quedo tranquilo hasta que aparque”, pensó. Giró un par de calles más y llegó a la suya. Aparcó el coche y se bajó de él. Miró delante y detrás pero no encontró nada raro. Todo estaba en silencio. Ahora sí respiró aliviado. “Con esto de la guardia civil se me olvidó lo del mensaje”, pensó. “Me meto dentro ya, no sea que pasen por aquí y me vean”.

Abrió la puerta sin encender ninguna luz. Entró en la habitación, se quitó la ropa en la oscuridad y se acostó en la cama sin arrimarse a su mujer para no despertarla con su cuerpo frío de la noche. Repentinamente, notó suavemente que le cubría de calor el cuerpo de Elena quien, estando dormida, le sintió y se abrazó a él y, aunque empezó a tiritar por la diferencia de temperatura, no le soltó. Él le devolvió el abrazo, olvidándose de todo lo ocurrido en la noche, quedándose dormido casi al instante.


-David, levántate- como todos los días le despertaba su mujer porque él estaba muy dormido para escuchar el despertador-. Es la guardia civil.

Dio un respingo en la cama. Tras asimilarlo, se levantó y se puso el pijama dispuesto a aclarar todo esto.

Al salir de la habitación vio a la pareja esperando en la puerta. Hechas las identificaciones le preguntaron por el modelo de coche.

-Un momento- interrumpió David-. Yo no hice nada. Si me hablaron por el altavoz no les escuché por la música. Ustedes pudieron hacerme alguna señal luminosa- Cuando la pareja de guardias civiles se miraron intrigados mutuamente se dio cuenta que ese no era el asunto por el que habían venido-. ¿Qué es lo que pasa?.

-¿Estuvo anoche en la casa de Manuel Montiel Lunas?.

-Sí. ¿Qué pasa?. Somos amigos íntimos.

-Sus vecinos le vieron anoche aporreando la puerta y después notaron un hedor fuerte que salía de la casa de su amigo. Hace unas horas se pasaron por allí para ver qué era ese olor. Dicen que encontraron la puerta abierta sin haber sido forzada. ¿Usted tiene una copia de la llave?.

-Sí- dudó al contestar-.

-Sus vecinos encontraron muerto a Manuel, sentado en el sofá. Parece ser que lleva muerto una semana. Vístase, tiene que venir con nosotros hasta que aclaremos este asunto.

David trató de hacerles entender que era una equivocación, que su amigo estaba vivo y que estuvo con él anoche, pero no tuvo tanto valor como para oponer resistencia. Se despidió de su mujer, a quien no le dejaron acompañarle. No entendía nada de lo que pasaba, era el nombre y apellidos de Lolo, él golpeó la puerta…, pero estaba vivo con él anoche. La confusión casi le paralizó, hasta que, una vez en el coche, le mostraron una foto. “¿Es este Manuel Montiel Luna?”, le preguntaron. Entonces lo vio, sentado en el mismo sofá de anoche, demasiado real para ser un montaje. Lolo estaba muerto. En mitad de la confusión se acordó del whatsapp y, agitado, sacó el móvil.

-¡Un momento!. Tal vez esto les pueda aclarar algo.

Nervioso, encontró el mensaje dando un respingo que le hizo caer el móvil. Se quedó mirándolo perplejo, ahí en el suelo. La cara del bulldog durmiendo como la de Lolo, en descomposición, blanco y con ojeras. Entonces rió y lloró al mismo tiempo al comprender que “no entendía nada”. Era una broma o una venganza del más allá o de dondequiera que fuese pero supo quién le envió el mensaje al ver el número al revés. …0707105… (“SOILOLO”).

Sergio Valdés, ganador del 2º Premio
de la categoría de adultos.

jueves, 25 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "La batalla final", Primer Premio de Infantil


Continuando con la publicación de los relatos ganadores, hoy toca el ganador de la categoría Infantil, que ha recaído en el relato "La batalla final" del estudiante de del CEIP de Playa Blanca, Bogdan Spasojevic. Este joven escritor nos lleva a los tiempos de piratería en la isla, ya que en la categoría de Infantil tenían que ser relatos ambientados en el municipio de Yaiza. Esperamos que disfrutéis del relato de Bogdan como lo hemos hecho nosotros.




La batalla final
Corría el año 1618, un 6 de abril, cuando atacamos Lanzarote. Era por la mañana, todo estaba tranquilo en la cubierta, había una niebla espesa, no veíamos a los otros barcos. El capitán Luke Harper había recibido el mensaje del vigía: nos acercábamos a la isla.
-¡Qué ves en la isla!-Grito el capitán.
- Veo una torre, un puesto con cañones, el puerto están vigilado por españoles, cientos de guardias en cada extremo y cada punta...-
El capitán sabía de un polizón en el barco pero ahora no tenía tiempo de comprobarlo, el ataque a Playa Blanca era lo primero.
En pocos minutos los corsarios llegaron al puerto, otros alcanzaron en barca la playa. Comenzaron las explosiones de cañones, el capitán que defendía Playa Blanca estaba concentrando todas sus fuerzas en defender cada punto del puerto. Su compañero de armas Luis Fernández de Compostela, estaba defendiendo el pueblo.
-¡Necesitamos más pólvora sargento!-Le dijo un soldado.
-No hay más, tendremos que luchar con las espadas y arcabuces.-Todos sacaron sus armas y fueron derechos a luchar.
Horas más tarde los piratas habían capturado a muchos isleños, al llegar la tarde había desaparecido la niebla, casi todo estaba en llamas. Al final los españoles e isleños huyeron a Montaña Roja.
-Hemos cometido un error viniendo aquí. Os he defraudado a todos.-Dijo Ramón.
-Tiene que tranquilizarse capitán. Todo saldrá bien, vendrán refuerzos de  Gran Canaria.-Le consoló Luis.
-Nunca han venido y nunca vendrán.-Le contesto Ramón.
Los heridos que venían de la batalla eran pocos. Se fueron sin ser visto por los corsarios. Llegó la noche y se refugiaron en el pueblo de Yaiza.
-Esta noche les sorprenderemos atacándoles por detrás.-Dijo Ramón.
-Es un buen plan.-Le respondió. Los corsarios tenían un punto débil, la inteligencia. Solo saben atacar, saquear, esclavizar pero olvidan la retaguardia.
De madrugada partieron, les vencerían. -No creo que ganemos solo por la astucia.-Dijo Ramón
-Seguramente vendrán los soldados de Gran Canaria.-Respondió Luis.
-No te lo esperes.-
Saltaron sobre las rocas de la orilla, estuvieron a distancia de los piratas.
-¡Tenemos que reposar para el ataque a Yaiza!-Dijo el capitán a los corsarios.
-Veo unas luces de antorchas al sur ¿Podrían ser españoles?-Dijo el vigía.
-¡Alerta vienen los españoles!-
-¡Rápido prepárense!-Gritó el capitán
-Ya son nuestros.-Dijo Ramón,
No esperaban que hubiese más corsarios detrás
Ya habían comenzado la batalla, sonaron tiros. Llegaron más corsarios.
-Debemos resistir.-Suplicó.
Al alba por el Sur, llegaron soldados españoles de Gran Canaria.
-Juan has venido.-Se dijo Ramón.
Mientras amanecía un nuevo día los corsarios eran derrotados. El capitán se escapó con unos cuantos corsarios, llegaron al puerto, se disponían zarpar cuando los españoles les cortaron paso.
-¡Nunca me atrapareis!-Gritó Luke, mientras se tiraba al agua y se hundía. Antes de que los españoles le atrapasen prefirió  ahogarse en las agua de Playa Blanca.
 Bogdan Spasojevic
María Trinidad Perez, directora del CEIP Playa Blanca,
en el momento de la lectura del relato "La batalla final"

miércoles, 24 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "Tana", Primer Premio de Adultos


Como muchos sabréis, el pasado 20 de Abril se dieron los premios del I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza. Ahora queremos dar a conocer los relatos ganadores. Empezaremos con el ganador de la categoría Adulta, un relato titulado "Tana", escrito por Pedro Alisedo Goycoa, un vecino de Playa Blanca que hace poco que reside por estas tierras y que nos confesó que era la primera vez que escribía. Felicidades Pedro, no dejes de escribir y te esperamos en el segundo certamen.



Tana

El mago se movía despacio sobre la tarima que hacía las veces de escenario. Se explicaba en inglés y alemán, pues ingleses y alemanes eran mayoría entre los clientes del hotel. Era nuestra última noche de unas vacaciones largamente esperadas y aplazadas siempre por mil motivos: trabajo, los estudios de nuestra hija o la delicada salud de Tana, mi mujer, que ahora seguía sus movimientos con ojos risueños y expectantes.

Mientras bajaba con alguna dificultad de la tarima fue realizando el último truco con un largo pañuelo de seda amarilla que recogió lentamente en su puño . Rondaba los setenta y vestía un esmoquin algo gastado y que le quedaba un poco grande, pero conservaba el pelo negro y un aire entre bohemio y aristocrático que le daba un atractivo misterioso. Con el pañuelo ya recogido el mago miró al público y, juntando los dedos de su mano libre, sopló sobre ellos y los abrió. Tana puso su mano sobre la mía y me miró sonriendo.
De la mano que antes escondía el pañuelo salió una paloma que voló aturdida entre los aplausos corteses del público.
- Magia!! dijo Tana encantada.
Sonreí y la miré. Conservaba todavía su belleza isleña, ahora madura, su encanto y ese aire especial de despreocupación infantil que la seguía haciendo, a mis ojos, irresistible.
- Es bueno - dije
- No, no. Es mágico - dijo ella.
Parecía decirlo en serio y yo, sorprendido, levanté las cejas con escepticismo y me encogí de hombros. Nos quedamos un rato en silencio, viendo como el mago recogía sus bártulos y disfrutando de una magnífica noche estrellada y del viento cálido del desierto.
- La magia existe caballero, ¿no lo cree?
El mago tenía la voz profunda, aterciopelada y con un fuerte acento centroeuropeo. Se acercó hacia nosotros con su vieja maleta en la mano sin dejar de mirarme. No había en sus ojos verdes una mirada seria o reprobatoria. Era más bien la mirada de un maestro dispuesto a explicar una lección.
- Todos nacemos con la magia en nuestro corazón. Nacemos en un mundo mágico, señor - El mago levantó la nariz, cerró los ojos e inspiró el aire cálido y dulzón de la isla - ¿O hay algo más mágico que el olor de la piel de nuestra madre? ¿O de la libertad de inventarse mundos únicos, particulares? Por desgracia, la inmensa mayoría de la gente pierde su magia en la niñez. Solo unos pocos siguen guardando un niño dentro. Un secreto. Solo ellos pueden hacer magia. ¿Lo comprende señor?
Le miré sorprendido y asentí amablemente.
- No, no lo comprende. Y no lo comprende porque no lo cree. Piensa deductivamente, con la mente, no con el corazón – se llevó la mano al pecho, negó con la cabeza, la agachó y , con gesto teatral, la levantó lentamente mirando a Tana. - Pero ella... me he fijado en ella. Ella guarda aun un brillo de magia. Mire sus ojos caballero.
Tana permanecía muy quieta, mirando al mago fijamente. Parecía tranquila, concentrada.
- Pero, permita que me presente: mi nombre es Karlier. Besanctus Karlier, y soy mago. Aunque éste no haya sido siempre mi nombre. A veces los hombres deben cambiar de nombre y de piel como los lagartos. Voy a demostrarle que la magia existe. ¿Usted cree que su mujer podría hacer magia? No un truco, no. Magia verdadera, real. Me refiero a algo inexplicable a la razón. Parece usted una persona honesta, un hombre de palabra. Contésteme sinceramente.
Lo miré un instante. No valía la pena mentirle ni mentirme a mí mismo.
- No lo creo – dije.
- Perfecto. ¿Podría tomar asiento?
Asentí y le indiqué la silla frente a nosotros. Se sentó despacio sin dejar de mirar a Tana.
- ¿Su nombre? - le preguntó.
- Tana.
El mago sonrió y afirmó con breves movimientos de cabeza, como si no hubiera esperado otro nombre más que ése. Sacó una baraja del bolsillo.
- Tome esta baraja. Como verá está precintada. Se trata de una baraja francesa. Cincuenta y dos cartas distintas. Cuatro palos: corazones, tréboles, diamantes y picas. Ábrala, por favor, compruebe que así es, baraje y corte.
Tana cogió la baraja con las dos manos. Abrió la caja de cartón y arrancó el precinto. Puso las cartas boca arriba y ambos comprobamos que era una baraja normal y corriente, con todas sus cartas. Después Tana barajó a conciencia. Cuando le pareció suficiente dejó la baraja ante sí, cortó y miró al mago.
- Esto será muy sencillo. Ahora solo tiene que imaginar, “sentir” una carta. Verla.
Tana cerró los ojos. Por un instante me pareció dormida.
- Ya está – dijo.
- Ahora coja el mazo y extiéndalo en abanico delante de usted.
Tana extendió las cartas despacio, parándose a colocar mejor algunas con las yemas de sus dedos.
- ¿Cual es la carta que ha imaginado?
- El dos de corazones.
- Magnífico!!. Ahora piense dónde está la carta, sáquela y colóquela bajo la palma de su mano.
Tana no pareció dudar, sino “buscar” dónde se encontraba la carta. Movió la mano por encima de la baraja apenas un par de segundos y escogió una carta que separó delicadamente de las demás.
- Ahora, Tana, dele la vuelta a la carta.
Tana me miró y sonrió con su sonrisa más traviesa ;volteó la carta despacio y allí estaba...EL DOS DE CORAZONES!!
El mago aplaudió sordamente mientras sonreía y Tana estallaba en un gritito infantil llevándose las manos a la boca. La mía se mantenía abierta en una expresión bobalicona mientras miraba al mago primero y después a Tana.
- Increíble – dije asustado – pero... pero ¿Cómo diablos lo ha hecho?
- Yo no he hecho nada señor- dijo mostrándome las palmas de sus manos – Ha sido ella, Tana. Ha sido capaz de usar algo que guardaba en su corazón desde hace mucho tiempo. Ella “sabía” que podía hacerlo. Es simple.
Apoyé los codos en la mesa y me llevé las manos a las sienes. Aquello era inexplicable. Tana no podía saber donde estaba la carta, y en cuanto a casualidades, bueno, yo no creía en ellas. ¿Posibilidades? Una entre cincuenta y dos. No, no era posible, y sin embargo ocurrió.
- Vamos caballero, no busque más explicaciones. Es todo de una sencillez apabullante, primitiva, infantil. Solo magia – El mago se recostó en la silla y cruzó las piernas – Ahora Tana hará algo más difícil, más personal. ¿Tiene usted un pañuelo, por favor?
- Eh..sí, sí, claro. Aturdido, busqué en mi chaqueta hasta encontrarlo.
- Bien, muy bien - dijo el mago – Ahora, Tana, vuelva a poner la carta boca abajo, coja el pañuelo y extiéndalo por encima. Así, perfecto. Ahora coloque su mano sobre el pañuelo. Bien, lo que quiero que haga ahora es que cierre los ojos y vuelva a los olores, al tacto, a los sonidos de su niñez. Quiero que recuerde la magia, “su” magia, y que escoja un objeto que la represente. Un objeto donde pueda guardarla, donde puedan concentrarse su mundo mágico y sus sueños.
Tana cerró los ojos, echó la cabeza ligeramente hacia atrás y puso su mano sobre sus labios. Pasaron un par de interminables minutos. A veces sus dedos temblaban ligeramente y me empecé a preocupar. Miré al mago, pero éste me hizo un gesto tranquilizador con la mano. De repente, Tana habló con una voz un poco ronca.
- Ya viene
Entonces se relajó. Resopló moviendo la cabeza de un lado a otro, sonriendo, como una niña que acabara de superar una prueba difícil, una adivinanza.
- Ya está, mira – me dijo.
Levantó el pañuelo con dos dedos y descubrió una piedra verde, pulida y rectangular: UNA OLIVINA DE LA ISLA!!!. La acercó a sus ojos y la miró a contraluz y luego la apretó fuerte en su mano. Yo no salía de mi asombro, no era capaz de articular palabra alguna.
- Bueno Tana - dijo el mago – esa es tu piedra. Ahí está tu magia. En ella podrás encontrar recuerdos de un mundo en el que viviste hace tiempo. Te ayudará. Ahora debo irme. Ha sido un placer conocerles.
Se levantó lentamente, me saludó con una inclinación de cabeza y besó la mano de Tana, que respiraba con la tranquilidad de alguien que ha recuperado algo muy valioso. Cogió la maleta y comenzó a irse, pero pareció dudar por un momento y se volvió.
- Ha escogido usted la carta del amor. “Les deux coeurs”, los dos corazones!! Pero algo me dice que hay un tercer corazón, un corazoncito que viene de camino. Debería mirar otra vez la carta.
Tana se quedó paralizada por un momento, entonces, poco a poco fue asomando a su rostro una sonrisa de felicidad. Se levantó y abrazó al mago y lo besó en ambas mejillas mientras las lágrimas cubrían su cara. Después volvió a sentarse y volteó la carta de nuevo y … EL TRES DE CORAZONES!!
Antes de cruzar la puerta el mago se volvió de nuevo, juntó los dedos de su mano y, soplando sobre ellos, los abrió como si fueran fuegos artificiales.
·         Ha sido increíble, increíble. No entiendo nada – dije.
·         Bueno, él ya lo ha explicado todo – dijo ella tranquila.
·         ¿Y qué es eso del tercer corazón en camino? Tú ya no puedes...
Tana me acarició la mejilla.
- Pero que bobo!. Vamos a ser abuelos!!

Al día siguiente, al regresar a casa, llamó Beatriz,nuestra hija. Estaba embarazada. Tana habló con ella largo rato, la tranquilizó y le transmitió ilusión y confianza. Yo seguía aturdido y confuso. Llamé al hotel para intentar localizar a Karlier. Necesitaba explicaciones, algo racional a lo que asirme. Me dijeron que ya no estaba: aparecía y desaparecía por temporadas, algo que me pareció natural en un hombre tan enigmático.
Tana predijo que el bebé sería una niña. Al parecer se lo transmitió la piedra. La olivina jugó a partir de entonces un papel importante en su vida. Cuando su salud fue empeorando la veía a veces, muy debilitada ya, sentada en su sillón y tapada con una manta, sostenerla frente a sus ojos sonriendo. Creo que le ayudó a dejarnos, de alguna manera, con más sosiego y naturalidad.


Años después acompañé a Beatriz y a nuestra nieta a un congreso en Praga en calidad de abuelo para todo. Mi yerno, por razones de trabajo no se pudo hacer cargo de la pequeña, y mi hija insistió tenazmente en que las acompañara para sacudirme la melancolía que amenazaba con consumirme. Así que me dispuse a adaptar mis pasos a los pasitos de la pequeña para descubrir la anciana y encantadora ciudad a través de los ojos y las sensaciones de una niña.
Una tarde, recorriendo las estrechas calles de la ciudad vieja me topé con un cartel frente a un antiguo café que anunciaba: “Koulzelnická Show!!”, Espectáculo de Magia!!, y debajo, en letras rojas: B.S. Kharlyer. El corazón me dio un vuelco, faltaban horas para la actuación, pero tuve la intuición, la certeza más bien, de que era él y estaría allí, y sin pensarlo dos veces arrastré a mi nieta adentro.
El interior estaba oscuro y sin clientes. Los últimos rayos de sol que se colaban por los cristales emplomados rojos y azules creaban en la penumbra un ambiente mágico e irreal. La silueta de un hombre se recortaba contra la luz de la última ventana, sentado frente a una pequeña mesa. Me acerqué despacio con mi nieta cogida de la mano. La niña, que había protestado con mi repentina carrera, parecía encantada ahora con los reflejos de colores y los pequeños floreros de cristal de Bohemia con siemprevivas que adornaban las mesas.
Levantó la vista y me reconoció al instante. Estaba más viejo y más delgado y seguía vistiendo su ajado esmoquin, pero conservaba su pelo negro y su mirada penetrante.
·         Oh, caballero, que sorpresa!!
Se incorporó para estrecharme la mano. Mientras lo hacía no dejó de mirarme a los ojos, y pareció saberlo todo. Todo lo que había pasado en el tiempo transcurrido desde la noche del hotel, los momentos felices y los tiempos tristes, mi soledad incurable, irremediable. Me apretó firmemente la mano y me estremecí al sentir en la mía un calor entrañable y reconocible.
·         Lo lamento.
·         Gracias – respondí confuso.
·         Pero siéntense, por favor. ¿Que le trae por esta apasionante ciudad?
·         He venido a acompañar a mi hija a un congreso.
·         Y bueno, supongo que esta jovencita tan fascinante que le acompaña es su nieta, conozco esos ojos verdes. ¿Como te llamas querida?
·         Aday. ¿Y tú? - la pequeña lo miraba curiosa y tranquila.
·         Yo tengo muchos nombres – me miró con picardía – porque soy un mago. Dime Aday, ¿Te gusta la magia?
·         Claro – respondió ella – A veces juego a hadas y hablamos.
·         Que maravilla!!.
Aunque se dirigía a la pequeña, me miraba a mí. Sabía que el destino o lo que fuera me había llevado hasta allí buscando algo incomprensible para mí, inaprensible. Apoyó los codos en la mesa, emparejando los dedos de sus manos y volvió a mirar a la niña.
·         ¿Quieres jugar a magia conmigo Aday?
·         Sííí– Aday se puso de rodillas en la silla y juntó sus manitas imitando el gesto serio del mago.
·         Bien. Coge una servilleta del servilletero, levántala con los dedos y ponla delante de ti.
·         ¿Así?
·         Perfecto. Ahora tápala con las manos y piensa en algo mágico, un tesoro, que te gustaría tener – hizo un gesto con la palma de su mano al frente- pero no lo digas!!. Ah, y tiene que caber en tus manos. ¿De acuerdo?
·         Vale.
Aday tapó la servilleta con las manos, cerró los ojos con fuerza,apretó los labios e inclinó su cabecita sobre la mesa. Un mechón de pelo rubio le cayó sobre la cara y reflejó los tonos multicolores de los cristales de la ventana.
·         Ya – dijo sonriendo.
·         Veamos – dijo el mago.
Aday apartó la servilleta y nos mostró en su mano una piedra pequeña, verde y pulida.
·         Una piedra mágica!!
Esta vez no me pregunté nada, ni siquiera me sorprendí. Sólo “sentí”. Cerré los ojos y comprendí que no debía comprender. Vi a Tana mirándome serena, escuché su risa cristalina y noté sus manos mientras apretaba con fuerza en mi bolsillo su olivina y sentía su calor reconfortante.



Pedro San Ginés, Syra Jimenez-Pajarero y Cristina Temprano
leyendo el relato de Tana durante la entrega de premios
en la II Feria del Libro de Playa Blanca