lunes, 20 de mayo de 2013

Nada que perder


Nada que perder


La habitación del hotel emana un olor a juego con el decorado, antiguo y rancio. Imilia empieza a sentir el estomago revuelto y nauseas, tan pronto una euforia le asalta como una ansiedad feroz se apodera de todo su cuerpo. Permanece inmóvil, junto a la ventana, sin despegar la vista hacia fuera, a la espera de cualquier silueta que pueda aparecer y memorizando las que distingue.  Una fila de coches aparcados, una verja rota, un perro a lo lejos no cesa de ladrar, y una farola encendida que alumbra la entrada a su habitación, que ella siente vacía, insegura y fría.

 Ahora camina de un lado a otro, le sudan las manos y las aprieta una contra otra, reza, camina y reza a lo largo de la estrecha habitación. Hay un reloj en la mesita cerca de la cama, un reloj que no deja pasar los minutos, parece que haya congelado tiempo. Se tumba por fin sobre la cama y se hace un ovillo. Coloca el reloj a la altura de sus ojos tratando de acelerar sus agujas  que se niegan a avanzar. Sus ojos le traicionan, acusan el cansancio de demasiados días,  comienzan a sellarse poco a poco, solo se resisten vagamente, hasta cerrase por completo dejándose llevar por un sueño muy profundo, un sueño que la cautiva por completo.

Se encuentra en un prado denso, repleto de flores violetas, amarillas, rojas, un paisaje muy familiar. A lo lejos un árbol característico le da la bienvenida agitando sus ramas al compás de una brisa suave, con olor a mar. Ha vuelto a casa. Se incorpora y corre, amarrándose el vestido con ambas manos, corre sin mirar atrás; se dirige hacia el árbol y lo rodea colina abajo y ahí esta, la vieja casa de madera, llena de parches, con el porche presidiendo. Se detiene y comprueba que la mecedora sigue ahí y él acunándose, corre a su encuentro. El levanta la vista y despereza sus ojos de una siesta tardía, dedicándole una mirada de bienvenida, sonriéndola, como si fuera ayer mismo. Le toma de la mano y la atrae hacia sí.
—¡Padre! —Exclama, al tiempo que rompe llorar y se esconde en su regazo— Lo siento padre, lo siento… Solloza sin cesar, lagrimas de rabia, llora por su mala suerte, por su descuido, llora como si por fin se deshiciera de tanto dolor. 
—Lo hice todo mal, no tuve cuidado, me la han quitado padre, ¡me la han quitado!
Sus palabras se agolpan una detrás de otra, una confesión manifiesta, un socorro que cae al vacío.
 —No estaba allí, la he buscado por todas partes. He trabajado mucho padre, desde que llegué, pero no les gusta la gente como yo, ni como usted, no les gusta la gente oscura y se la han llevado, se han llevado a Inés, a mi niña.  Tenía que haberla conocido, tiene los ojos de madre, verdes como nuestros prados,  bravos como el mar en invierno y sonríe todo el tiempo. Nunca llora, es mi alegría, mí vida, mis alas, siento que es lo único mío de verdad.
El detiene su rostro entre sus manos ásperas y ancianas, y le sonríe, como entonces lo hacía, con esa mirada cansada pero agradecida, la que ella siempre quiso guardar para sí y poder recordar el resto de su vida.
—Nunca debí haberme ido padre, nunca debí huir, debí haberme quedado y así no me la habrían quitado, pero no tenía nada que perder, y ahora mire padre; lo perdí todo.
 Vamos, vamos, deja ya de llorar, que tienes la cara hinchada como un melocotón. Ella percibe su olor a tabaco y menta; la envuelven.
—No hay que tener miedo al miedo hija, al revés, es un buena arma, si uno sabe como utilizarla. Debe agudizar nuestros sentidos, ponernos alerta; ayudarnos a ver salidas que aparecen ocultas ante nuestro pánico.  ¿Acaso sentiste miedo cuando huiste de aquí? Créeme nosotros si. “Debo sobrevivir” fue la nota que nos dejaste. Sentimos miedo por ti, por tu partida pero sobre todo, por que nosotros nos quedábamos, y marcaste la diferencia entre intentar subsistir y aceptar una vida injusta. Tú hiciste lo que nadie de nosotros nunca tuvo el valor de hacer y no me cabe la menor duda de que el miedo te acompaño todo el camino.
—¡Pero padre ya todo da igual! ¡Me la han quitado! Sus palabras se amontonan de nuevo.
 —Han pasado semanas desde aquel domingo, en el mercado, me la llevé como siempre pero había demasiada gente, el puesto estaba lleno y todo el mundo se empujaba entre sí. Yo no daba a basto y cuando quise mirar Inés no estaba. ¡Mi hija!, grité, pero no podía moverme entre tanta multitud, me quería morir padre, yo quería morirme e ir con ustedes. No paré de buscar se lo prometo, hasta dolerme los pies y el alma, no he descansado ni un momento desde entonces. Pasaron los días y no lo soportaba, se me hundía el pecho de ansiedad así que le di todo mi dinero a ese hombre, hasta el último céntimo, para que me ayudara a encontrarla. Qué importaba ya si no tenia donde dormir ni donde comer, si no la encontraba me iba a morir igual.
—Ayúdame a levantarme hija, ya estoy muy viejo y me duelen todos los huesos. Ella se incorpora y tira de el con energía. Entonces su cara pronuncia un puchero y le ruega con dulzura—: No se vaya padre, quedémonos aquí un rato más, como cuando era niña. Siempre quise traer aquí a Inés para que jugara en este porche como yo lo hice, y viera los cerezos en flor que parece se visten de boda. Se desprende de ella y camina lentamente hacía el interior de la casa. Antes de desaparecer susurra—: Y lo harás pequeña mía, descuida que lo harás.

 Las manos de Imilia están entrelazadas y se despierta de su propia fuerza, abre los ojos y la almohada está empapada. Se ha apartado de la realidad durante unos minutos. Pero la realidad ha vuelto e Inés, no está ahí. Corre a la ventana y fuera todo sigue igual, una fila de coches aparcados detrás de una verja rota, un perro que ya no ladra y una farola encendida que alumbra la entrada de su puerta siempre desierta, húmeda y oscura, como esa noche que parece no terminar nunca. Se acurruca bajo la ventana. Sus dedos acarician un pequeño peluche desgastado que guarda en el bolsillo de su mandil, el mismo que llevaba hacía semanas, manchado de trabajo de muchas jornadas. En el otro bolsillo un billete y monedas, todo lo que le quedaba, todo lo que aquel hombre le dejó conservar del dinero que acepto para ayudarla.
—Nombre
—Imilia Salinas
—Emilia
—No, Imilia; Mi madre no sabía leer ni escribir y tampoco oía muy bien, ella siempre escuchó Imilia en vez de Emilia y es el que me puso.
Ante su comentario, no pudo menos que sonreír. Miró dentro de un sobre, sin contar el dinero su voz áspera retumbó.
— ¿Esto es todo lo que tienes? ¿Con esto quieres que encuentre a la cría? Lo cerró y le dirigió una mirada rendida.
—Con esto no tengo ni para empezar, teniendo en cuenta que es probable que ahora este en un barco atravesando el atlántico…
—Es todo lo que tengo. —Le interrumpió.
—Pues no esperes mucho, mejor no esperes nada. Tramito permisos, os saco de algún lío, y pillo ladronzuelos; pero esto ya es más grave, esto es tema de la policía, y más aun con esta limosna.
 –He venido aquí porque me han dicho que usted podría ayudarme, si no puede dígamelo y  me vuelvo al puerto.
Lo que no sé, es como no te han trincado ya, olisqueando a cada turista que se sube a un barco y con esas pintas de pordiosera. Imilia reparó en su aspecto; avergonzada se arregló el pelo y sacudió su la ropa. El la observó y no vio mas que a una niña, una niña que ha crecido a trompicones y ha visto más de lo que debería. Enseguida imagino su historia, como muchas que ya conocía, historias olvidadas de personas olvidadas, desmadejadas y sin brillo en la mirada robado por una suerte caprichosa de haberlas elegido para jugar con un destino sin futuro aparente, más allá de pasarse la vida mendigando y suplicando, dejando atrás un país con un porvenir menos prometedor aún que el encontrado.
—Deja eso ahí anda, y ya veré lo que puedo hacer, vuelve en una semana. —Repuso
—Si señor, muchas gracias señor, por favor encuéntrela. Antes de cruzar la puerta la detiene.
—Espera, donde vas a ir, si estamos en medio de la nada. Quédate con algo para que puedas salir de aquí antes de que me arrepienta.

Los días pasaron lentos y pesados para Imilia
—Me dijo una semana.
—Ya, ya veo que sabes contar los días, siéntate.
—No, estoy bien así gracias.
El la observo aun más flaca y desaliñada que la ultima vez.
—No hay nada seguro, con la limosna que me diste solo pude comprar rumores, y me sorprendería que fueran ciertos. Mi teoría es que esa niña habrá zarpado de nuestras costas hace tiempo, pero ahí va: hay una casa, no lejos de aquí,  Rivaonda se llama el pueblo, a 32 km, una casa a las afueras con fachada amarilla y puede ser que tu hija se encuentre ahí.
Sintió que le fallaban las piernas e improvisó un asiento en un escalón del despacho.
—¿Y como voy hasta allí?
—Eso ya no es asunto mío, a partir de hoy nada tuyo es asunto mío. Te advierto que ni es seguro que este ahí, ni deberías ir sola. No se nada de esa gente, más que los dueños son los mismos que cuando se construyó. Mi último consejo: ve a la policía y que ellos se encarguen.

El dinero sigue en uno de sus bolsillos y el peluche de Inés en el otro. El reloj marca las cinco de la mañana, por fin va avanzando. Aun quedan dos horas, dos horas de anhelo, y dos horas de agonía. A través de la ventana un fila de coches aparcados, una verja rota, un perro dormitando y una farola encendida que alumbra la entrada a una habitación llena de dudas, miedo, y espera.  

“Creo que no mentía, o sí...”, los pensamientos le asaltan y le nublan por completo “Cuando me abalancé sobre él, su expresión le delató pero yo creo que no mentía, Dios mío que no mintiera…”

Llego a pie, y llego aturdida, el miedo de una mano y la esperanza de otra. Permaneció largo tiempo sentada en la plaza de Rivaonda, sin tener la más remota idea qué hacer. La noche estaba cayendo, al final de la avenida principal de baldosas irregulares empezaba una subida empedrada, que desdibujaba el camino y a lo lejos una casa de paredes amarillas. La podía ver desde allí sentada, desde la mismísima plaza, y allí podía estar Inés. Se estremecía como cada noche desde que desapareció, cuando los fantasmas aparecen y se las apañan para deshacer la calma. La noche todo lo tuerce, uno pierde el sentido y ahora con más razones que nunca. Trataba de evadir los pensamientos que se cruzaban por su cabeza, solo la imagen de Inés teniendo miedo, frío o hambre le torturaban hasta terminar con su cordura. Y esa falta de cordura fue la que le hizo abalanzarse sobre aquel anciano que caminaba con prisa atravesando la plaza, cuando ya casi nadie quedaba en las calles y todo el mundo corría a refugiarse del frío húmedo que presentaba la noche.
—¡Por favor tiene que ayudarme!
El personaje no daba crédito, su expresión se descompuso al ver a la chica tendida a sus pies, lloriqueando, con aspecto abandonado; parecía una niña pequeña totalmente abandonada.
—Tiene que ayudarme me han dicho que está allí, en aquella casa.
Una mano señalaba la oscuridad ya presente y la otra no soltaba el pantalón del individuo.
—Tiene que acompañarme, por favor, a mi sola no me la darán, debo ir con alguien, si aviso a la policía se estropeara todo, yo llamaré después y lo contare, cuando ya no puedan alcanzarme; pero por favor, tenemos que ir ahora, ¡tenemos que ver si esta ahí! Le prometo, no se como, que se lo pagare, por favor venga conmigo  —le rogó.
Balbuceaba entre sollozos, apartando la vista para no ver la expresión de aquel hombre, para no encajar un rechazo, su baza estaba echada y ella lo sabía.  Aquel hombre se agachó a su altura y le ayudó a incorporase. No hablaba, ni una palabra. Cruzó con ella la plaza y se adentraron al abrigo de un café a punto de cerrar sus puertas. El hombre seguía sin articular palabra y ella observaba su silencio, intentando analizar el porque de esa conducta tan extraña.
—Qué va a hacer, ¿llamara usted a la policía?
 Le condujo hasta una mesa y una vez sentados por fin habló. Primero pidió algo de beber y luego se dirigió ella.
—Voy a ayudarte, pero primero tendrás que escucharme.
Ella dejó de llorar y asintió a la vez que se llevaba las manos al pecho en gesto de agradecimiento.
—No me des las gracias pues es probable que cuando termine de hablar me odies —le explicó—, Pero ya todo dará igual. No puedo imaginarme por lo que habrás pasado, solo te pido unos minutos para contarte una historia; mi historia, la historia de amor que fue mi vida y después, cuando termine podrás decidir que hacer. Te pido que me escuches y que confíes en mi palabra, después como te he dicho todo habrá terminado y tú serás quien decida.

Imilia no ocultaba su asombro y por fin cierra la boca que había olvidado abierta de puro asombro. Se incorporó en la silla y escuchó, sujetando su vaso con ambas manos y sin derramar ni una lagrima más, atendió toda la historia de principio a fin; una historia dura, y triste, una historia de valor, pero sobre todo de amor. Las palabras de aquel hombre inundaban el café y narraban su vida llena esfuerzo y de logros, de calidez y de esperanza, sobre un joven que lucha en guerra de otros y salva su vida y las de otros; sobrevive al amparo de una fotografía, la imagen de de una mujer amada cuya promesa de volver con ella otorga valentía y fuerzas para seguir adelante. Un amor, que le valió para vencer mil batallas en la vida excepto una, la única batalla que no pudieron vencer juntos y se llevo a lo que mas querían, la perdida de una niña que abrió un abismo entre dos que antes eran uno y que les hundió en el más profundo pozo de locura. Un hombre que luchó pero no consiguió rescatarla de esa demencia que pareció haberse instaurado en el vació que dejó la niña, el vacío de una vida sin vida, al que su amor se dejó caer.
Perdió a su ángel y después a ella, su corazón, Sofía.
—Y ahí entras tú.
Hizo una pausa,  bebió un trago de café y siguió relatando su historia. Imilia le seguía escuchando, ahora con la mirada altiva y desconfiada. Un cúmulo de emociones y presagios desbordaban su cabeza.
—Fue una mañana cualquiera de un domingo cualquiera, como otro día cualquiera en el que Sofía no tenía nada que perder, cuando vio aquella pequeña en su cunita improvisada, a los pies de aquel puesto de fruta, en aquel mercado atiborrado de gente.  No fue consciente de pura inconsciencia que se llevaba el corazón inocente de un bebé de ojos verdes y dejaba otro destrozado  en aquel puesto de mercado.
El anciano poso sus manos en las manos de Imilia y ella las rechazó desconfiada.
—Las locuras de una mujer solo otra puede entenderlas —afirmó— y no perdonarlas pues no te pido que lo hagas. Desde aquel día no he dejado de esperar la llegada a mi casa de cualquiera que nos la quitara de vuelta y nos llevara de nuevo al infierno, así que estoy preparado para todo lo que pueda venir. Ya estoy cansado de tener miedo; pero encontrar en Sofía ese brillo de vuelta en sus ojos…—hizo una pausa, y suspiró— verla tan feliz estas últimas semanas,  hará que nuestro final sea el más dulce… a costa del sufrimiento que tú has pasado.
Imilia cubre su cara con ambas manos y niega con la cabeza.
—No teníais derecho…—replica— ¡devuélvela!, devuélvemela...

Una historia, una promesa y un vacío, le dejan sola en aquella habitación a la espera de que en unas horas, justo antes de que amanezca él se la lleve de vuelta. A riesgo de una mentira, a riesgo de que escapen con ella;  una promesa a cambio de ningún perdón, de cualquier consecuencia que recaiga y será enteramente asumida.
A las siete de la mañana, ni un minuto después, cuando haya amanecido yo la traeré a esta misma habitación y volveré a casa, no nos moveremos de allí y tú podrás decidir que hacer con nuestro destino, te lo prometo”.

La luz comienza a hacerse sitio dentro de la vieja habitación, irrumpe descarada a través de la ventana, descubriendo minúsculas motas de polvo que viajan distraídas a cámara lenta.  Esta vez se acerca a la ventana de cuclillas, se incorpora lentamente con el cuerpo pegado a la pared y asoma la cabeza levemente, su corazón golpea el pecho desaforadamente, pudiendo escuchar ella misma su palpitar retumbando a su alrededor. Una fila de coches aparcados, una verja rota ahora color rojo oxidado, un perro que vuelve a ladrar a lo lejos, y una farola aún encendida que mezcla su luz con la claridad del día. Súbitamente su cuerpo se desploma al suelo al escuchar un estruendo en la puerta.
 —¡Abra! —Golpean la puerta— ¡abra la puerta! Mira el reloj: las siete y diez minutos.


Mónica Montes

jueves, 2 de mayo de 2013

Sorteo del libro "Cazadores de Sombras"

Para animar un poco este blog, vamos a sortear un libro entre todos los comentarios que hagáis a partir de hoy 2 de Mayo de 2013 hasta finales del mismo mes.
El libro es "Cazadores de Sombras" de la escritora Cassandra Clare, de la editorial Destino en tapa dura.
El sorteo es valido para todo el territorio Español, nos comprometemos a mandarlo por correo a cualquier parte de España. Es imprescindible hacerse seguidor de este Blog y dejar el comentario de cualquiera de las maneras que nos permite google excepto de manera anónima, así  podremos confirmar la persona ganadora y ponernos en contacto con ella.
Pues nada, anímense a leer los ocho relatos ganadores y dejar comentarios para animar a los escritores grandes y pequeños, que además tiene premio.
Os dejamos el enlace de la editorial para poneros los dientes largos.

Cazadores de Sombras


Buena lectura y mucha suerte.
Asociación Cultural Castillo del Águila

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "El Secreto", Segundo premio Infantil


Con este relato, perteneciente a Ángela Soria De Luca, del CEIP de Playa Blanca, terminamos con la publicación de los relatos ganadores del I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza. Nos vemos en la segunda edición.



El Secreto


Corrían los años setenta, en el puerto de Playa Blanca , los días no laborables por la mañana hacían unos puestos con la pesca del día y se ganaban algún dinerillo. Vendían de todo: Viejas, Anchoas, Sardinas , Pulpo ,Lapas …. 

Por la noche , siempre había un señor pescando , hasta que un día no lo volvieron a ver más por el pueblo. 

Sus familiares no sabía nada , entonces pensaron que lo habían matado o raptado pero no fue así. 

Un día unos niños estaban jugando alegremente al lado de la casa del señor con la pelota y se les coló. Entraron en el jardín y por curiosidad tocaron la puerta , y nadie contestó, entonces vieron que la puerta estaba entornada y entraron sigilosamente. Cuando entraron estaba todo oscuro y se oía un silencio aterrador. Subieron por las escaleras sin hacer ningún ruido y vieron una única habitación y entraron . 

Abrieron la puerta y había : cabezas decapitadas, cuchillos , pistolas, sierras etc… 

Oyeron que alguien subía las escaleras, aterrorizados se escondieron rápidamente en un armario que había . Por la cerradura vieron a un hombre sin rostro y con un cuchillo en la mano , los niños sintieron otro cuerpo en el armario , un niño sacó una cerilla del bolsillo y la encendió , vieron un cadáver de una señora colgando de una cuerda y gritaron lo más fuerte que pudieron. 

El hombre se giro , abrió la puerta y los niños rápidamente salieron corriendo del armario , bajaron las escaleras , abrieron la puerta y se fueron corriendo a sus casas .Se lo contaron a sus padres pero a ninguno le creyeron. 

Por la noche a todos les apareció en sueños un hombre encapuchado y con un cuchillo que les iba a cortar la cabeza y los niños corrían y corrían pero no podían escapar de sus temerosas manos, los arrinconó y antes que pasara nada se despertaron todos de golpe. Se encontraron en su escondite secreto y se sorprendieron al ver que todos habían soñado lo mismo, entonces idearon un plan para matarlo. Cogieron las armas de sus padres : unos palos con pico ,una hoz , un punzón … 

Pero cuando llegaron a la casa había desaparecido de la nada, entonces le preguntaron a los vecino que había sucedido con la casa y les contestaron que hacía un montón de tiempo se había destruido gracias a la Segunda Guerra Mundial que empezó entre 1939 y 1945. Eran dos hermanos, pero solamente uno de los dos sobrevivió y el hermano prometió vengarse hasta que murió el 20 de abril de1950. 

Y los niños se quedaron muy sorprendidos al ver lo que habían oído entonces se fueron al puerto y allí lo vieron riéndose a carcajadas .
Ángela Soria De Luca

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "Martina en Femés", Segundo premio Infantil


El CEIP de Yaiza también ha tenido una ganadora, la estudiante de 4º, Gara Morales, con su cuento "Martina en Femés". Un relato de Hadas con una visión muy personal.

Martina en Femés
Hace dos semanas llegó una niña a Femés, Martina. Se iba a quedar en la casa de una amiga. Era verano, ese mismo día no había colegio por que empezaron las vacaciones.
Era un día raro, todo nublado y estaban cayendo rayos. Martina entró en casa de su amiga Gara. Se comieron un sandwich y jugaron a las cartas. Era de noche y se fueron a dormir.
Eran las cinco y media de la mañana y Gara se despertó, vio a MArtina caminando y vio que era sonámbula.

Gara: ¡Martina despierta!
Martina se despertó.
Martina: ¿Qué ha pasado?
Gara: ¡Eres sonámbula!
Llegó la madre de Gara toda asustada por que creía que había pasado algo.
Madre: ¿Estáis bien?
Las dos juntas: ¡Siiii!
Martina: Es que soy sonámbula.
Madre: ¡Pues muy bien, vaiganse a dormir ya!
Las dos: Está bien.

Al día siguiente era una mañana preciosa y ya se iba Martina. Entonces confesó algo.. ¡Que era una hada! Gara se asombró al ver que era un hada. Pero Gara se enfadó un poco por que tenía un secreto. La madre de Gara se quedó contenta por que se dijeron los secretos.
Llegó el otoño y la madre de Gara llamó a Martina y le dijo que fuera a su casa para jugar con Gara. Tocaron a la puerta y Gara abrió y vio a Martina volando en el cielo con un mogollón de pájaros. Comieron una pizza y un zumo de naranja. Se hizo de noche y Martina se fue al país de las maravillas...
Pero a Gara la secuestraron unos malvados magos. Y gracias a Dios que Martina salvó a Gara.
Y así que esto es un final feliz.
Gara Morales
Dibujo enviado por Gara




martes, 30 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "Icarus", Tercer Premio Adulto


Ya le ha llegado el turno al tercer premio de la categoría de Adultos, un relato futurista con tintes gore, de las manos del joven vecino de Playa Blanca, Francisco Lara Sánchez.


Icarus
Fue solo un golpe seco. La luz del Sol entró por la ventana de la estación con tal fuerza y nitidez que casi me hizo daño. El encuentro me había dejado casi sin energía de modo que apenas tuve que esforzarme para entrecerrar los ojos durante el ciclo de noche mientras hincaba los codos frente al cuadro de mando en pos de intentar recuperar algo de tiempo de sueño perdido. Las operaciones automáticas comenzaron hacía ya varias horas aunque los bips y órdenes de la IA no llegaron a desvelarme. Me encontraba sobre la tabla de operaciones desde hacía rato esperando con desdén algún mensaje desde la estación de Artau, en el pico norte de La Tierra, mensaje que no llegaba desde hacía casi mes y medio desde la última toma de datos. El olor a descomposición hacía las labores mucho más rápidas que cuando las practicaba en el curso de entrenamiento aunque casi no se notaba gracias al traje de aislamiento que llevaban mis compañeros poco antes de morir. Deshidratación, hambruna, locura, suicidio y homicidio -alguno de ellos perpetrados por mi propia mano- hicieron que el número de tripulantes de la plataforma USS MADARA disminuyese en catastrófica medida. Fuimos doce los que comenzamos la iniciativa "Aurinko": dos astro-físicos, dos técnicos de operaciones, dos técnicos de campo, una técnico en telecomunicaciones, un revisor, una piloto, un copiloto, la Teniente Havook y yo, que hacía las funciones de recopilación de datos, diario de abordo y "log" o información y actualización de misión. No puedo decir que fuese el mejor en mi campo pero sí puedo dar fe de la preparación física y mental de mis compañeros de operaciones dirigidos por la Teniente Havook, la primogénita de una larga casta de militares que se había propuesto redimir el hecho de haber nacido mujer muy a pesar de su padre. Sentimiento que, por ende, transmitía con gran facilidad a todos los que la rodeaban. Yo, concretamente, lo encontraba agotador. A la Teniente le fue asignado un equipo de especialistas de primer nivel B, es decir, los notables tras los sobresalientes de sus respectivas academias y promociones. Imagino que para no lamentar demasiado las pérdidas potenciales de la iniciativa en clave "Aurinko". Dos gobiernos sumaron grandes cantidades de dinero del contribuyente para financiar su propia arma de nueva generación disfrazada de observatorio solar por un supuesto caso de "alerta de radiaciones solares agresivas" que repentinamente iban a inundar la tierra en un plazo de siete años. Era mentira. Una de tantas que nos contaron tanto al público como a los cadetes que querían llevarse su medalla al cumplimiento del deber y retirarse con una buena paga antes de los treinta.

Fue un desastre. Ambas nacionalidades consiguieron comprar a casi todos los tripulantes para tomar el control del USS MADARA en su propio beneficio y consiguieron desatar abordo lo que aún no se había conseguido en La Tierra: una guerra entre nacionalidades. Unos de un bando y otros de otro, los primeros en caer fueron los astro-físicos y la especialista de comunicaciones a manos del equipo de campo, que tomaron rápido el control de la plataforma mientras la Teniente, el piloto y yo intentábamos resistir. Los demás, entre ellos la Teniente, fueron cayendo poco a poco por diversas razones. El episodio con el piloto casi me cuesta un pulmón. Entró en pánico cuando la IA informó a toda la nave de la inminente falta de recursos y reservas y las comunicaciones se perdieron con el centro de mando evitando así la recogida de todos nosotros. Su primer impulso fue ir a encontrar la muerte a manos de los soldados técnicos de campo pero antes de alcanzar la puerta se giró hacia el cuerpo sin vida de la Teniente, le arrebató la bayoneta de cristal del rifle de pulso e intento sacar, según su criterio, el aire de mis pulmones para que uno de nosotros pudiese pilotar la nave de vuelta a casa. Una casa que todos perdimos en el mismo momento en que aceptamos venir a esta locura gubernamental. Cuando el piloto se lanzó hacia mí con el rostro completamente desencajado no pudo ver más allá de su desesperación y todo cuanto pudo lograr fue tropezar con un miembro inerte del cuerpo de Havook y estamparse contra la pared, perdiendo así el equilibrio. Ese fue el momento que puede tener para discurrir en décimas de segundos y valorar la vida de un hombre y la mía propia, situación en la que jamás esperé encontrarme. Arranqué como pude la caja de primeros auxilios que tenía a escasos cincuenta centímetros de mi y la estampé repetidas veces con toda la fuerza que el miedo y el desconcierto me habían infundido directamente contra la parte superior y más blanda del cráneo. Al final de lo que recuerdo como un destello blanco de ira me vi hincado de rodillas, jadeando y con las manos doloridas de la tensión que aún sentía pese a no tener ya nada entre ellas. En otras circunstancias habría estado horrorizado y asustado, no por ser capaz de llevar tamaña atrocidad, sino por las represalias penales que en cualquier punto del planeta tendría. Curiosamente, aquí arriba, estaba tranquilo tras un momento de histeria. El silencio se apoderó del USS MADARA y no había ruido alguno salvo el de mi propia respiración, mis jadeos y mispasos. Fuera el universo seguía tan sosegado y oscuro como lo estaba hace miles de años. Ahí fuera podría hacer una temperatura de unos menos doscientos grados y yo sentía mi pecho apunto de implosionar y convertirse en una supernova. Aún así no conseguía quitarme de la cabeza el mensaje de la IA por la falta de reservas y debía saber con cuánto margen contaba, de modo que me encaminé hacia el almacén B1.

Durante el camino hacia la sala podía ver señales de lucha y sangre por toda la instalación pero la incesante sensación de presencia a mis espaldas u oculta tras una sombra era lo que más me angustiaba. Podía sentir la carga de la excitación y el terror sobre mi espalda e incluso comenzaba a sudar y a faltarme el oxígeno. Las luces del pasillo comenzaron a parpadear cuando me estaba acercando a la B1. El panel de seguridad estaba completamente destrozado y salpicado por lo que parecía una mezcla entre sangre y fluido estabilizador de un traje de revisor. Ese líquido era bastantecorrosivo fuera de su almacenamiento yo lo último que quería era sumar quemaduras químicas a mi lista de cosas con las que lidiar, de modo que estampé un casco de piloto de la armería contra los botones del panel y la puerta se abrió, dando paso a algo más allá de cualquier tipo de concepto abstracto, compresión o imaginación humana alguna. Una silueta se presentó ante mí, a unos escasos cinco metros de distancia. Dos charcos de sustancia, un en el suelo y otro en el techo, con un color en un punto entre el negro y el morado oscuro, se unían en el centro de los mismos en forma de chorro, de donde emergían dos brazos huesudos, alargados y nerviosos, que terminaban en lo que podría considerarse dos extremidades prensiles compuestas de tres protuberancias a medio camino entre unos dedos de falanges alargadas y las garras de un reptil al final de cada brazo.

El entorno pareció sumirse en un murmullo silencioso donde la luz comenzó a irradiar con más fuerza que de costumbre mientras los colores iban perdiendo calidad. Solo podía conseguir escuchar el sonido de mi corazón apunto de salir a través de mi pecho y los incesantes y ensordecedores latidos de mi pulso tomando control de mi raciocinio. En ese mismo instante, el espectro pareció contraerse en lo que parecía un movimiento torpe y viperino y clavó en mí una inexistente mirada desde un rostro que no poseía. En el lugar donde debería tener un humanoide debería tener cuello y cabeza solo podía observar un desmesurado óvalo que emanaba destellos con los reflejos de la luz de las estrellas como todo su cuerpo. A medida que la criatura comenzó a acercarse lentamente mis ojos comenzaron a nublarse. Debí haberme agotado en la última hora y mis reservas de energía deberían estar a menos del cincuenta por ciento. Sí, debería ser eso. Abrí y cerré los ojos tan fuerte como pude para cerciorarme de que aún seguía viendo al extraño ente, pero todo pareció volver a la normalidad: los colores volvían lentamente, el sonido sordo de los motores, los lejanos parpadeos de los astros. Recorrí la sala con la vista viendo el horrendo espectáculo que ahí encontré tras mi extraña visión. Cuerpos mutilados y abiertos en canal dispersos por suelos, techos y paredes, pero ninguna señal de suministros. Las luces volvieron a parpadear, los colores comenzaron de nuevo a desvanecerse y yo comencé a dejar escapar lentamente el poco oxígeno que aún albergaba en mi cuerpo con un jadeo profundo y prolongado antes de que todo setornase de color negro tras un fuerte impacto contra el casco de la nave.

Debí haberme quedado finalmente dormido frente al panel de control. No había comido en días y había llevado mi cuerpo hasta el extremo. Las visiones se hacían cada vez másfrecuentes pero eran solo eso, visiones. La IA parecía haber no presenciado nada de lo ocurrido y continuaba inundando la estación con sus órdenes asignadas. La cabeza iba a estallarme y el panel parecía no recibir señal alguna proveniente de La Tierra. Ya no podía seguir. El indicador de oxígeno bajaba por minutos, el ciclo de reciclaje de aire no funcionaba desde hacía horas y el hedor en cada rincón era cada vez más denso.Torpemente intenté incorporarme para ir a la sala de prospecciones, justo al lado de la cabina de comunicaciones, y poder así acceder a las reservas de oxígeno de los trajes. El sudor se me acumulaba en cejas y párpados y mis pasos eran cada vez más toscos y lentos. Las luces comenzaron a parpadear. 

De nuevo volvía a tener sensación de peso sobre mis hombros, los colores comenzaron a perder claridad, las luces exteriores volvían a brillar pero ahora con más intensidad que antes. El oxígeno comenzaba a condensarse en el interior de mi caja torácica por la atrofia de mi cuerpo debido a la falta de reservas que estaba ya experimentando desde hacía días. Otra vez la sensación de ser observado, otra vez la presencia y otra vez solo mientras mis órganos iban fallando uno a uno. A duras penas conseguí llegar a la puerta de prospección pues lo que otrora consideraba un paseo de doce metros ahora parecía una autopista de cemento fresco. A mi espalda pude vislumbrar el reflejo de la atrozcriatura que yo pensé haber visto en la vigilia, en un punto entre el agotamiento mental y el ardor físico de mi cuerpo. La tenebrosa figura abstracta parecía haber duplicado su masa y ahora ocupaba casi la totalidad del angosto pasillo justo detrás de mí. Pude retroceder lo suficiente como para alcanzar uno de los trajes de prospección y me lo enfundé tan rápido como mis fuerzas me permitieron. El ser amorfo aparecía y desaparecía a voluntad propia, cada vez con un brazo más emergiendo del contorsionado torso que ante mí se presentaba, esquivo de la luz y amigo de las sombras, que eran muchas a ese momento. La voz de la IA comenzó la cuenta atrás desde diez y yo no dejaba de apartar mi vista de la ventana de la puerta que separaba a la criatura de mí. La despresurización era inminente y solo tendría que aguantar fuera lo suficiente como para que el ciclo de reciclaje de oxígeno pudiera eliminar el ambiente viciado de la estación. A tres segundos la puerta se abrió tan rápido que casi no pude apreciar ruido alguno y sin darme cuenta salí disparado hacia el exterior de la nave. La distancia era cada vez mayor o así me lo parecía, pero debía ser por el agotamiento inevitable que abrazaba todo mi ser. No, no era el agotamiento. Un pequeño golpe sordo golpeó la escafandra de tungsteno de mi traje y lo que en principio parecía un extraño borrón ahora podía ser apreciado con total claridad: la manguera de suministro de oxígeno del traje. Eso quería decir que no estaba anclado a la nave y mi retorno al USSMADARA era imposible bajo toda lógica y circunstancia. El indicador de mi casco aún podía comunicarse con la IA de la estación para órdenes básicas e información de estatus protocolaria. Mi visión era cada vez más borrosa pero ya no tenía el sentimiento de pesadez sobre mi cuerpo. Mis extremidades flotaban a la deriva como un leño en medio del océano y a medida que me alejaba del MADARA, mi cuerpo se resistía cada vez menos a la sugerencia de un profundo y placentero sueño. Las luces no brillaban, se extenuaban. Inicié el protocolo de grabación y he aquí mi historia.

Soy el Técnico de Registro de datos abordo del USS MADARA Francis D. Pritchard. La misión ha sido un completo fracaso, todos los miembros de la tripulación han caído y me encuentro a más de dos kilómetros del último punto de registro de datos por la estación Artau en La Tierra pero me voy tranquilo sabiendo que, en cumplimiento del deber, caímos sin poder completar el objetivo de un mundo extraño que nos convirtió a todos en enemigos y extranjeros. Fin de la transmisión. No habrá desfiles conserpentinas, no habrá nombramientos ni galones, las mujeres no llorarán y no tendré que saludar a una bandera que para mí no significa nada. Tengo sueño. La luz me envuelve. Mis ojos se cierran. Quiero dormir. Por fin duermo.



domingo, 28 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "La historia de Carmen", Segundo Premio Infantil



Hoy le toca a otro 2º Puesto de infantil, como podréis ver estos niños tienen mucha imaginación. "La historia de Carmen", de la estudiante del CEIP de Playa Blanca, Ana Rodríguez Martín.


La Historia de Carmen

Hace poco tiempo, ocurrió algo en Yaiza, era una chica que vivía sola, ella era una persona normal y corriente, pero odiaba mucho a los niños. Carmen era una chica muy guapa morena con los ojos marrones. Todos los días ella se levantaba y se iba a trabajar, estaba aburrida de hacer siempre lo mismo así que decidió irse de vacaciones. Allí en Londres se hospedaba en un hotel, todos los días hacia algo diferente, se lo estaba pasando genial. A la mañana siguiente, sus vacaciones habían terminado. Hizo la maleta y se fue al aeropuerto con destino Lanzarote, cuando iba bajando en el avión no podía creer lo que estaba viendo ese sitio no era Lanzarote. Era un país lleno de color rosa, las casas estaban echas con nubes y el suelo solo eran chuches, era el Reino de las Hadas. Carmen estaba asombrada por lo que estaba viendo, de repente un hada se le acercó y le dijo:

-Mi reina os llama, quiere que os presentéis ante ella.

Carmen, lo siguió y no dijo nada pero estaba muy enfada porque no estaba en Lanzarote, cada vez que iba avanzando iba viendo más dulces de todo tipo. Después de un pequeño viaje, llegó al castillo donde vivía la reina, allí la reina le comentó:

-Me he enterado que odiáis a los niños y cada vez que alguien dice que odia a los niños lo mandamos directamente a nuestro Reino, y su castigo es convertirse en hada hasta que cumpla una misión.

Carmen:
-No quiero ser un hada.

Reina:
- Es tu castigo, tu misión es que los niños crean en las hadas porque si no creen, todas las hadas morirán.
Carmen indignada siguió las órdenes de la reina, al rato, la reina le dio sus alas y su ropa. Había comenzado su misión, Carmen se dirigió al pueblo más cercano donde estaba lleno de niños allí intentó acercarse a un niño pero sus intentos fueron en vano y así siguió durante semanas. Un día como todos los días fue a intentar hablar con los niños pero lo hizo contándoles un cuento. Los niños muy entretenidos escucharon a Carmen, cuando ella había acabado de leer el cuento, todos los niños se acercaron hacia ella, y empezaron a decirle que todos los días le contara un cuento. Y así fue, Carmen todos los días les contaba un cuento de las hadas para que creyeran en ellas, y así todos los niños del pueblo creyeron en ellas. Ellos se lo contaban a sus amigos era como una cadena, hasta que en unos meses todos los niños del mundo creían en las hadas. Carmen había cumplido su misión, después fue al castillo de la reina y le dijo:
-Muchas gracias, ya no tendrás que ser un hada.

Carmen:
-No, yo quiero ser un hada.

Reina:
-Bueno si lo deseáis…
Y así fue como Carmen aprendió a querer a los niños, ella, siguió en el Reino de las Hadas donde vive con sus amigos.

Ana Rodríguez Martín

sábado, 27 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "Idaira y las aguamnarinas de Playa Blanca", Segundo Premio Infantil


En la categoría Infantil estaba muy reñido el 2º Puesto, por lo que el jurado decidió dar 4 segundos premios y repartir los de la categoría de Juvenil que había quedado desierta. Hoy le toca el turno a "Idaira y las Aguamarinas de Playa Blanca", del la estudiante del CEIP de Playa Blanca, Nayra Alonso.

Idaira y las aguamarinas de Playa Blanca

Un día de verano, en un lugar llamado Playa Blanca, una familia decidió pasar un día en la playa, la hija se llamaba Idaira, ella era alegre tenía el pelo largo y recogido con los ojos azules y la piel blanca. Un día soleado que rajaba las piedras dijo Idaira: quiero ir (suspiró) a la playa. Vale dijo su madre, hicieron comida y se fueron.
Idaira tiró su toalla y se fue al agua corriendo. Vio una cola de aguamarina pero creyó que era de pez. Mientras comían Idaira escuchó un ruido y dijo ella extrañada: ahora vuelvo. Idaira al ver una aguamarina se sorprendió muchísimo y se le escapó y dijo:

¿Qué eres tú?.
Soy una aguamarina. ¿Quieres venir por la noche a las ocho?.
Vale nos vemos. ¿Traigo un traje de buzo?.
Si, dijo Keiti la aguamarina.

Se reunieron Keiti e Idaira, Idaira se puso su bombona y se pusieron a bucear ¡hasta el océano aguamarínico! ¡vieron una cúpula! y pasaron adentro porque tenían el corazón puro y la cúpula era mágica porque allí todos tenían el corazón puro. Se intercambiaron cosas, Idaira dijo:

Los animales en la tierra tiene patas y corren.
Aquí los peces tienen aletas y nadan.
¡Ahhhhhhhhh!, dijo Keiti, ¡había una tormenta!.

Fueron a ver a la aguamarina más sabia, ella les dio un cántico.

¡Venga correeeee! Dijo Keiti a Idaira y se pusieron a cantar el cántico:
¡Oh tormenta!¡Oh tormenta! Para de llover y tendrás nuestro respeto, nuestro respeto, respeto.
¡Uf! Que alivio que ya haya parado y el peligro se esfumase, dijo Idaira.
Verdad, dijo Keiti.
Bueno me voy a casa porque ya es tarde dijo Idaira. Y yo, dijo Keiti.

Idaira guardó el secreto de que existían las aguamarinas y nunca más vieron en la tierra una, bueno lo que yo creo.

Nayra Alonso Gomariz

viernes, 26 de abril de 2013

I Concurso de Relatos Cortos de Yaiza, "La Visita", Segundo Premio de Adultos

Hoy le toca el turno al 2º Premio de la Categoría de Adultos, que recayó en Sergio Valdés con su relato "La Visita". esperamos que disfrutéis de su lectura.



La Visita 

          David acababa de poner el plato en la mesa cuando recibió un whatsapp. No quiso cogerlo porque empezaba a arrepentirse de instalar el dichoso “programita de mensajes”. Al final, el pescado y la conversación con su mujer ocuparon toda su atención.

-          Hoy es domingo, noche de miedo- le dijo David a Elena, su mujer.
-          ¡Ah, es verdad!. ¿Ya quedaste con Lolo para ver “cuarto milenio”?.
-          No. Pero ya le mando luego un “guasá” de esos.


Terminaron de comer y, mientras Elena fregaba los platos, David recogía la mesa, cuando vio la señal intermitente en el móvil. Después de unos segundos mirándolo siguió recogiendo. No quería verse dominado por un aparato, así que hizo el esfuerzo, soportando el recuerdo del mensaje como un taladro en su cabeza.

Cuando ya estuvo todo recogido y no tuvo excusa, cogió el teléfono y tranquilamente, con el aparato en la mano, se sentó en el sofá junto a su mujer y encendió un cigarro para ella y otro para él.

El mensaje era un logo de una cara alargada cubierta por las manos que mostraba sorpresa, como la de El grito de Edvard Munch. Era enviado por un número desconocido para él.

-            ¿Tú sabes de quién es este número?- le preguntó David a su mujer?-.
-            No, pero espera que lo compruebo.- Marcó el número en su teléfono pero no le apareció ninguna identidad.

Miró la información de contacto del whatsapp y encontró la foto de un bulldog francés durmiendo, sin mensaje de estado, sin nombre.

-            ¿Quién tiene un bulldog francés?- se preguntó David más para sí mismo que a su mujer. Al no obtener respuesta, se encogió de hombros.- Bueno, pues ya insistirá.

   Eran las diez de la noche cuando David se disponía a salir hacia la casa de Lolo. Recogió unos panchitos y una petaca de whisky y se despidió de su mujer.

-Bueno me voy ya- le dice a Elena-. Antes de irte a dormir dame un toque.

 El camino se le hizo misterioso. Su coche era el único que circulaba por la tranquila carretera de San Bartolomé a Playa Honda. Una gran ventaja que tiene vivir en la isla de Lanzarote es la ausencia de atascos y, a ciertas horas y en ciertas carreteras, puedes estar “casi” sólo. Tras la oscuridad podía ver las siluetas oscuras de los volcanes. Se le ocurrió poner la banda sonora de Silent Hill, su videojuego favorito desde hace ya más de una década, para dar más misterio. Vio a lo lejos la pista de aterrizaje del aeropuerto y cómo un avión se disponía a aterrizar, así que salió de la carretera y paró el motor para disfrutar del espectáculo, dejando la música encendida. La fuerte luz amarilla fue acercándose cada vez más hasta que pudo distinguir las parpadeantes luces roja y verde. Parecía una pista de bolos con la bola acercándose a él. Todo giraba en torno a Lolo y a lo que le hizo; a su prometedora carrera como jugador que desarrolló de un modo innato. Era una joven promesa que pudo vivir de este deporte, que era lo que le apasionaba. Su swing era conocido en todas las islas como “la zarpa del Tigre”. Así era como le llamaban: “el Tigre”. David, en cambio, siempre fue muy patoso y el Tigre le cedió poderes de representante para compartir su éxito, aunque, de todas formas, todo lo gestionaba él mismo. En la noche más importante de su vida consiguió reunir a los mejores representantes del país, su futuro dependía de esa noche. Todos pueden tener una mala partida, pero el Tigre nunca fallaba; así que no importaba que David, que como mucho batía algún bolo, jugase en su equipo. Cansado de tan poco acierto, a David se le ocurrió cambiar de bola. El Tigre se acercó para ayudarle, ofreciéndole una bola del 12, pero David quería una del 15, como las que usaba el Tigre. Encontró la bola que buscaba y, en uno de sus actos impulsivos, la agarró sobreexcitado con fuerza hacia sí mismo empujando la mano del Tigre hacia el interior del surtidor, destrozando su carrera y su vida. Sabía que, aunque mantuviesen una amistad fuerte, Lolo tenía una herida sin cicatrizar y, en lo más profundo de su corazón, le guardaba rencor. Podía sentirlo. Pero David no podía pasarse la vida lamentándose por haber cometido un descuido que le costó la carrera a Lolo.

Tal vez fuera peligroso estar apartado de la carretera en esas circunstancias, así que puso el seguro del coche. El avión  estaba a punto de tomar tierra. Miró a su alrededor por si veía alguna sombra acercarse… y de repente el móvil sonó. Era un mensaje de Lolo: “¿Vienes o no?. Están hablando de casas encantadas”. El mensaje le hizo cambiar el ánimo a David. Lolo es el mejor amigo que se puede tener. Por eso siempre le lleva whisky para no verle triste. Se encendió un cigarrillo, terminó de ver aterrizar el avión; aunque no lo vio tan nítido como esperaba, solo unas luces bajando entre otras luces; arrancó el motor y se dirigió a casa de su amigo.

 David se acercó a la puerta con las manos ocupadas por el whisky y los panchitos y, como la casa de Lolo no tiene timbre, tocó dando unas patadas sonoras mientras gemía como un fantasma.

-Pero, ¿qué coño haces?- le recrimina Lolo abriéndole la puerta.- ¿Qué quieres?, ¿llamar la atención del vecino sarasa?.

-Te he traído whisky- David le ofrece la petaca mientras va entrando en la casa y deja lo que ha traído encima de la mesa que hay junto al sofá, enfrente de la tele, y se vacía los bolsillos.

-Esto no me soluciona nada pero me lo arregla todo- dice Lolo antes de dar el primer trago.

-¿De qué están hablando hoy?- pregunta David mientras se sienta en el sofá junto a Lolo.

-Se han encerrado en un antigüo hospital para oír cosas.

-Si hubiese una casa llena de fantasmas yo la compraba.

En la tele se veía a una persona sentada en la oscuridad llamando a los espíritus, lo que hizo que ambos amigos rieran. Se oyó un fuerte golpe y el locutor se envalentonó emocionado y nervioso, lo que provocó más risa aún.

-Pues hace poco hablaron de Montaña Roja- dijo David-. Por lo visto hay un rey enterrado allí y cuando bajaron dentro notaron una presencia que les hizo salir pitando.

-Pues nada, habrá que ir allí.

-¡Ah!. Me mandaron un whatsapp y no sé quién es. Márcalo tú a ver si tienes el número- Lolo cogió el móvil y se dispuso a marcar-. Seis…, cero..., siete…

-¿Te lo sabes de memoria?- dijo Lolo mientras marcaba los números sin dejar de mirar el teclado-.

-Sí, de tanto buscarlo. Otra vez cero, siete…, uno, cero, cinco,…

David terminó de darle el número sin quitar la vista del televisor hasta que Lolo le hizo desviar su atención.

-“Te visitará la muerte…”

-¿Qué?- David miró asombrado a Lolo inmóvil.

-¡Hostia David!, ¿éste quién es?. ¿El matatías, el cacerolo…?. ¿Quién puede poner un estado así?.

David se arrimó al teléfono de Lolo, más avanzado que el suyo, y lee el mensaje de estado: “Te visitará la muerte…!.

Lolo amplió la imagen buscando alguna pista. Por momentos creyeron encontrar alguna silueta alrededor, trataron de identificar el mobiliario… pero casi toda la imagen la ocupaba la cabeza del perro durmiendo.

-¡Vete preparando!- le dijo Lolo en broma pero con cara seria-. Pregúntale quién es.

-No puedo. Lleva desconectado todo el día.

-A ver, piensa quién puede poner un mensaje así.

Ambos miraban la foto mientras repetían pensativos “te visitará la muerte… te visitará la muerte…”. De repente sonó el teléfono de David, quién miró a Lolo perplejo por unos segundos. Resultaba terrorífico cómo el sonido del móvil, un tono que imitaba el timbre de los teléfonos antigüos, rompía el silencio con cada “ring”.

-Uff, qué susto- dijo David mientras se levantaba para recoger su móvil de la mesa-. Es Elena. Le dije que me diese un toque antes de irse a dormir. Hola mi niña.
-Mi niño, ya estoy en la cama. ¿Qué tal lo estáis pasando?

-Bien, bien… Estamos aquí viendo “Cuarto milenio”. Y tú, ¿qué tal?, ¿qué has hecho?.

-Pues nada, …ahí viendo la tele. Estoy muerta de sueño. Voy a caer tan rendida que no voy a volver a levantarme. Bueno, pues que lo paséis bien. Ya nos vemos mañana. Y no te vuelvas muy tarde que mañana tienes que trabajar.

-Ya lo sé. En cuanto termine esto vuelvo a casa.

-Pero ten mucho cuidado en el camino de vuelta- David se asusta un poco.

-Mi niña, no me digas eso… Que sí, que yo tengo cuidado. Como si nunca hubiese cogido el coche…

-Sí, ya, pero esa carretera está muy oscura. Tú ten cuidado por el camino, ¿eh?.

-Que sí, que sí, mi niña. Mira que decirme eso… Mañana te cuento, anda.

-Bueno, te corto que me caigo muerta de sueño. Que lo paséis bien, cariño. Te quiero.

-Te quiero mi niña. Un beso.

David volvió a su sitio con el móvil en la mano. Pensó en la casualidad de que su mujer estuviese preocupada precisamente esa noche, en la repetición de la palabra muerte… Dispuesto a averigüar quién se escondía detrás de ese mensaje, agregó ese número como contacto.

-¿Qué le digo?- le preguntó a Lolo.

-Pregúntale quién es.

-No, se supone que él sabe quién soy yo y si le pregunto eso puede responderme cualquier cosa.

-Pues mándale lo mismo que él te mandó a ti.

-Buena idea- buscó el mismo logo y se lo mandó-. ¡Ah!. No me acordaba que estaba desconectado.

-¡No!. ¡Se acaba de conectar!... Espera… Se ha vuelto a desconectar. Este se ha conectado solo para leer tu mensaje.

-Pero, ¿cómo puede ser?.

Ambos quedaron unos segundos en silencio pero con un nerviosismo que les avivaba por dentro. No estaban preocupados pero sí intrigados. Aún así decidieron esperar que respondiera a insistir, aunque, pasados varios minutos a David le pudo más la curiosidad.

- Voy a mandárselo otra vez… Ya está.

-¡Otra vez está conectado!- En ese momento sonó el móvil de David-. ¡Hostia!. ¡Se ha vuelto a desconectar!. ¡Ese se conecta solo para hablar contigo!.

David abrió el mensaje y se encuentró con el mismo logo otra vez.

-Pero, ¿cómo puede ser?- preguntó David desconcertado.

-Tendrá alguna opción de permanecer en estado de no conectado.

-Sí pero, entonces, ¿por qué aparece como conectado para responder?

-Yo qué sé. Aquí hay para una novela de Stephen King.

-Voy a ponerle “¡qué pasa tío!”.

Pasaron varios minutos más pendiente del teléfono pero no hubo respuesta. David volvió a mandar otro mensaje que decía “¿sabes lo que ha pasado en tu pueblo?” esperando una reacción de curiosidad y una respuesta decente para recoger algún dato sobre su interlocutor, pero nada, no contestó.

Pasaron los minutos y la conversación perdió interés, así que David decidió ir directamente al grano: “¿quién eres?”, le preguntó. Hecho esto, Lolo, que estaba pendiente del móvil, se alarmó.

-¡Se ha conectado!- el móvil de David volvió a sonar-. Ya está. Se ha vuelto a desconectar.

-Bueno, vamos a ver quién es.

David abrió el mensaje y quedó aún más desconcertado. Ya no sentía misterio, sino enfado, porque el asunto había perdido la gracia. El mensaje repetía “te visitará la muerte…” pero esta vez con tres signos de exclamación hacia abajo seguido por un logo con una cara muerta.

-Bueno, pues se acabó. Ya no le hago caso. A ver si se cansa y me dice quién es.

Este asunto les absorbió tanto que el programa llegó a su final casi sin darse cuenta. David, nervioso porque era tarde y tenía que madrugar y por la noche que llevaba, recogió sus cosas y se dispuso a salir.

  Ya en la puerta se despidió.

-Bueno… pues nada. Ahora a enfrentarme a lo desconocido- dijo David en plan cómico-.

Bajó las escaleras de la casa y se subió al coche. Mientras se abrochaba el cinturón vio por el espejo retrovisor la puerta cerrada. Lolo no se quedó esperando a que David se fuese, como siempre hacía, pero no le dio importancia.

Arrancó el motor y volvió a sonar la música. Saliendo de Playa Honda, vio un coche de la guardia civil parado en mitad de la rotonda. Debía ser un control de alcoholemia.

Al pasar por una zona industrial fue a encenderse un cigarro pero no encontró el mechero. “El camino promete… así que mejor que fume…”, se dijo a sí mismo. Encontró el mechero debajo del móvil, detrás de la palanca de cambios. Lo cogió y miró al frente y vio en el retrovisor las luces de la guardia civil que le seguía. Recordó oír algo de que estaba prohibido conducir fumando, así que decidió no arriesgarse; dejó el mechero y el cigarro a un lado y condujo prudentemente. “Así que esto era el peligro que me esperaba… ¡Noche maldita!”, pensó David. El coche le seguía muy cerca, las luces ocupaban casi todo el retrovisor. “¿Querrán algo de mí?... ¡Mierda!, ¡la música!”. Tenía el volumen tan alto que si la guardia civil le hubiese dicho algo por el altavoz no lo habría escuchado. Así que dejó el sonido casi inaudible manteniéndose cauto y a la espera.

Pasó a setenta kilómetros por hora en una carretera con límite de ochenta, deseando acelerar, pero la guardia civil siguió pegado a su coche, ni siquiera le adelantó. “Pero, ¿qué querrán?”, pensó David.

La rotonda a Güime estaba completamente vacía y aún así David casi paró totalmente el coche antes de entrar. Pasó la rotonda sin quitar la vista del retrovisor y se alegró al ver a su perseguidor tomar otro desvío, pero no respiró tranquilo, ni se encendió el cigarrillo. Pensaba que podrían estar tomando un atajo para cortarle el paso, en el caso de que le hubiesen hablado sin él escucharlo. Volvió a subir el volumen mirando a diestro y siniestro donde solo encontró oscuridad.

Ya casi estaba en San Bartolomé, vio las casas y las luces de la calle y… subiendo por el camino directo a Güime al coche de la guardia civil viniendo hacia él. David se disgustó por no haber fumado el cigarro pero trató de tranquilizarse. “No estoy haciendo nada malo. No pueden hacerme nada”, pensó. Se adentró en el pueblo esperando cualquier cosa. “No me quedo tranquilo hasta que aparque”, pensó. Giró un par de calles más y llegó a la suya. Aparcó el coche y se bajó de él. Miró delante y detrás pero no encontró nada raro. Todo estaba en silencio. Ahora sí respiró aliviado. “Con esto de la guardia civil se me olvidó lo del mensaje”, pensó. “Me meto dentro ya, no sea que pasen por aquí y me vean”.

Abrió la puerta sin encender ninguna luz. Entró en la habitación, se quitó la ropa en la oscuridad y se acostó en la cama sin arrimarse a su mujer para no despertarla con su cuerpo frío de la noche. Repentinamente, notó suavemente que le cubría de calor el cuerpo de Elena quien, estando dormida, le sintió y se abrazó a él y, aunque empezó a tiritar por la diferencia de temperatura, no le soltó. Él le devolvió el abrazo, olvidándose de todo lo ocurrido en la noche, quedándose dormido casi al instante.


-David, levántate- como todos los días le despertaba su mujer porque él estaba muy dormido para escuchar el despertador-. Es la guardia civil.

Dio un respingo en la cama. Tras asimilarlo, se levantó y se puso el pijama dispuesto a aclarar todo esto.

Al salir de la habitación vio a la pareja esperando en la puerta. Hechas las identificaciones le preguntaron por el modelo de coche.

-Un momento- interrumpió David-. Yo no hice nada. Si me hablaron por el altavoz no les escuché por la música. Ustedes pudieron hacerme alguna señal luminosa- Cuando la pareja de guardias civiles se miraron intrigados mutuamente se dio cuenta que ese no era el asunto por el que habían venido-. ¿Qué es lo que pasa?.

-¿Estuvo anoche en la casa de Manuel Montiel Lunas?.

-Sí. ¿Qué pasa?. Somos amigos íntimos.

-Sus vecinos le vieron anoche aporreando la puerta y después notaron un hedor fuerte que salía de la casa de su amigo. Hace unas horas se pasaron por allí para ver qué era ese olor. Dicen que encontraron la puerta abierta sin haber sido forzada. ¿Usted tiene una copia de la llave?.

-Sí- dudó al contestar-.

-Sus vecinos encontraron muerto a Manuel, sentado en el sofá. Parece ser que lleva muerto una semana. Vístase, tiene que venir con nosotros hasta que aclaremos este asunto.

David trató de hacerles entender que era una equivocación, que su amigo estaba vivo y que estuvo con él anoche, pero no tuvo tanto valor como para oponer resistencia. Se despidió de su mujer, a quien no le dejaron acompañarle. No entendía nada de lo que pasaba, era el nombre y apellidos de Lolo, él golpeó la puerta…, pero estaba vivo con él anoche. La confusión casi le paralizó, hasta que, una vez en el coche, le mostraron una foto. “¿Es este Manuel Montiel Luna?”, le preguntaron. Entonces lo vio, sentado en el mismo sofá de anoche, demasiado real para ser un montaje. Lolo estaba muerto. En mitad de la confusión se acordó del whatsapp y, agitado, sacó el móvil.

-¡Un momento!. Tal vez esto les pueda aclarar algo.

Nervioso, encontró el mensaje dando un respingo que le hizo caer el móvil. Se quedó mirándolo perplejo, ahí en el suelo. La cara del bulldog durmiendo como la de Lolo, en descomposición, blanco y con ojeras. Entonces rió y lloró al mismo tiempo al comprender que “no entendía nada”. Era una broma o una venganza del más allá o de dondequiera que fuese pero supo quién le envió el mensaje al ver el número al revés. …0707105… (“SOILOLO”).

Sergio Valdés, ganador del 2º Premio
de la categoría de adultos.