Hace ya un año que se le celebró el II Concurso de Relatos Cortos de Playa Blanca, y queremos volver a publicar los relatos ganadores y finalistas para animaros a participar en el III Concurso.
"Velita" de Graciela Rodiño Vilariño fue el relato ganador de un e-reader.
Velita le llamaban a esa pelirroja
delgaducha y pecosa que alegraba la vida de sus vecinos.
¡¡Velita!! La llamaban cuando la
veían pasar con sus zapatillas de andar, como ella las llamaba, y un libro constantemente
en las manos.
Ella siempre les dedicaba su mejor
sonrisa, ya fuese a su vecina de la izquierda o al gordinflón del cartero. Velita
siempre daba lo mejor de sí.
Velita y su marido habían llegado
al barrio una tarde de tormenta envueltos en una lluvia torrencial que no
sentía pena por nadie. Todos los vecinos se habían asomado a las ventanas
alborotados por el ruido de los camiones de la mudanza. Como si se hubiesen
puesto de acuerdo, salieron a la calle armados con sus botas de agua y sus
paraguas gigantescos, conocedores de la crueldad de la lluvia, para ayudar a la
pareja recién llegada.
Al día siguiente, Pili la
bibliotecaria, a la hora del té, ya había puesto al día al resto de los vecinos
de lo que había averiguado de la nueva pareja: El, alto y guapo, era el nuevo
empleado del banco de la calle Michelena. Ella pelirroja y flaquita, era una
ama de casa en busca de empleo como profesora particular de inglés.
A los, exactamente, 15 días de
llegar al barrio, Velita, apodo que los vecinos le habían otorgado gracias a su
piel translucida y su pelo rojo, igualita que una vela encendida, los conquistó
a todos de una vez para siempre, acogiendo en su casa al pobre perrito de tres
patas que vagabundeaba por el pueblo y que a ojos de los demás nadie quería ver
delante, pero que por detrás todos alimentaban y acogían en las noches de más
frío.
Tomás, le puso Velita de nombre al
perro. Y Tomás le quedó hasta que murió de pena casi un año después.
-¿Velita, que te ha pasado?- Le
preguntó un día Doña Juana al verle una fea marca violácea en el brazo.
-Vera Doña Juana. Es que ayer se me
antojó chocolate – le contestó Velita – y como lo escondo al fondo del armario
más alto de la cocina, para no caer en la tentación, usted ya sabe – le susurró
en confianza – pues que no calculé bien y en un enredo de pies, me caí al suelo
cual tonta.
-Ay Velita, ten mas cuidado hija.
Que la semana pasada fue que se te cerró la puerta en la cara y ayer lo del
chocolate. Como no tengas más cuidado, un día te romperás la crisma.- le
advirtió la buena mujer.
-Si, doña Juana, no se preocupe.
Tendré más cuidado. Es que soy un poco torpe.- respondió Velita entre
carcajadas.
Don Ramón, que vivía tres casas más
a la izquierda subiendo la calle, se levantó de la cama una mañana, un poco
tristón ya que su querida hija se había ido la noche anterior de vuelta para la
ciudad y volvía a estar solo. Se acercó a la ventana justo cuando Velita,
puntual como un clavo, salía de su casa a las ocho en punto con sus zapatillas
de andar y un libro en las manos, acompañada de Tomás.
Lo vio, a Ramón, en la ventana y le
dedicó un saludo con la mano y su sonrisa de” todo se arreglará”.
Ramón abrió la ventana para
saludarla con un “Buenos días Velita” a lo que ella contestó con un cantarín
“Buenos días Don Ramón, ¿como está usted?”.
-¿Le importa que luego me pase por
su casa? – Siguió ella - Verá, es que me
gustaría hacerle una consulta sobre plantas ya que es usted todo un experto en
jardinería.
-Claro que no me importa hija –
contestó Don Ramón – Pásate cuando quieras y te prepararé un delicioso café
para acompañar la charla.
- Verá Don Ramón, no me ande
tentando usted con el café que sabe que no puedo tomarlo. Mejor me prepara una
tilita bien dulce que ando un poco nerviosilla.
- Está bien hija, está bien.
-Pues nos vemos luego don Ramón.
-Adiós Velita. Hasta luego hija.
Que buena es esta chica, pensó Don
Ramón mientras cerraba la ventana. Ayer cuando su hija se iba hacia el
aeropuerto, Velita llegaba de un paseo por el supermercado cargadita de bolsas
y supo que se quedaría sólo otra vez. No había duda de que la charla sobre
jardinería era una escusa para hacerle compañía. Pero que buena es esta Velita.
Don Ramón estuvo esperando a Velita toda la
tarde pero la chica no se pasó. Le pareció extraño que la muchacha faltase a su
palabra, pero no le dio más vueltas al imaginarse que, posiblemente, se le
presentase un plan mejor, quizá su marido la había invitado a cenar.
Al día siguiente Doña Juana tocó el
timbre de la puerta de Don Ramón con una tristeza inusual en los ojos.
-¿Doña Juana, que hace aquí tan
temprano? ¡Pero si aún no son ni las ocho! Bueno pues ya que está aquí – siguió
diciendo Don Ramón al ver que ella no le contestaba - Le enseñaré el regalo que
le compré a Velita cuando fui a la capital. Es que fue verlo y saber que era
para ella. Rápido, antes de que se hagan las ocho y ella salga a su paseo
matinal.
-Don Ramón –le dijo Juana al fin –
Don Ramón, espere – repitió al ver que él se alejaba hacia dentro de la casa.
-Hay doña Juana, la veo muy rara
hoy. Parece triste ¿Que le pasa?
Doña Juana le contestó pasándole el
periódico que traía.
El hombre cogió el montón de
papeles que ésta le ofrecía y que resultó ser el periódico local del día.
-Lea en la página seis – le dijo
doña Juana.
-Mujer, ¡pero si la pagina seis son
los sucesos!, ¿que ha pasado?- le preguntó preocupado.
-Hágame caso.
-Está bien mujer.
Don Ramón buscó la página y comenzó
a leer donde doña Juana señalaba:
“Teresa Sánchez – Jesús como me
suena ese nombre- dijo el hombre – vecina de la calle Palmera – anda mira, pero
si es nuestra calle – nueva victima de…”
De repente se calló, pues un oscuro
presentimiento le sobrevino. Había dado con la persona dueña de ese nombre.
Siguió leyendo para sí. No había por qué seguir torturando a Doña Juana con el
relato otra vez.
A medida que iba leyendo, se le
escapó algo del corazón que fue subiendo hasta los ojos y se le derramó por las
mejillas en forma de lágrimas. Lágrimas de rabia, tristeza, pena y frustración.
Había pasado delante de sus
narices. Delante de las narices de todos ellos y nunca habían hecho nada. Nunca
habían sospechado nada. Ella no les dejó llegar a ese punto. Les había ocultado
su triste historia a todos con el regalo de sus sonrisas.
Velita, la dulce y alegre Velita,
había muerto a manos de su marido después de sufrir una vida en el infierno.
La vela que tanto había alumbrado a
todos los vecinos, se apagó en soledad.
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