Monocromo
Los demás duermen mientras suenan las
bombas por tercera vez, pero esta noche no he sido de los afortunados.
Permanezco quieto con los ojos abiertos buscando calma en la monotonía de los
ronquidos repetitivos de mis compañeros. Son truenos que me rodean, y llaman mi
atención sobre lo que está ocurriendo fuera de nuestra pequeña tienda de
campaña, de nuestra seguridad, como dicen. Una tontería, ningún sitio en medio
de una guerra puede ser realmente seguro.
Es
diciembre de 1916 y hemos tenido casi un año para asimilar nuestra muerte.
Claro, ser soldado en esta guerra significa ser nada más que un cuerpo. Te usan
como número, como una diana a la que disparar unos cinco segundos después de
haber salido del búnker. Parece que la mayoría no lo pasan tan mal; hablan de
patria, del amor del país y de la honra del rey. Sin embargo, sé que están
también cerca de mí en estos momentos hombres con fotos de sus familias en las
manos, perdonándose las lágrimas que caen en las sabanas sucias bajo la
oscuridad de la madrugada. No soy de los que tiene alguna razón por la que
volver, ni mujer ni hijos ni padres ni hermanos; pero tampoco me identifico con
estos chicos que fueron creados en una fábrica del ejército, estos tipos que sólo
han nacido para morir. Esto no debe ser lo único que uno hace con su vida. Ni
yo ni nadie. Soy joven, bien parecido y podría ser listo dada la oportunidad.
Quiero marcar diferencia en estos tiempos oscuros, inyectar un poco de color en
lo que es ahora un cuadro en blanco y negro. Mañana, definitivamente, empezaré
a buscar una manera eficaz de escaparme de aquí. Lo tengo que hacer. Si no,
acabaré muerto antes de que ellos lo intenten.
Hemos
ido a correr por fuera del campamento y parece que saltar la valla no es
complicado, lo difícil es llegar a la propia valla antes de que te vean. Tienen
luces que continuamente buscan sombras y balas que no paran hasta encontrarse
con carne. Si me pillan me matarán al instante, y es precisamente eso lo que
pretendo evitar. Tengo que pensar en una manera más segura, en un plan
infalible.
Son
las tres de la mañana y parece que ya no duermo más de dos horas por noche.
Estaba escuchando el viento de afuera cuando vi durante medio segundo una
figura blanca en la esquina de la tienda, al mismo tiempo que reconocí lo que
me parecía ser un maullido de gato dolorido. El sonido que le siguió me hizo
entenderlo todo al instante. El soldado de dos camas a mi izquierda tenía una
pistola escondida bajo su almohada y se había disparado en la pierna.
La
formación militar se manifiesta de manera rápida y eficaz. Los otros cinco
compañeros del grupo y yo teníamos al herido en una tabla improvisada con lo
que quedaba de su pierna derecha arriba, y un pañuelo atado en la rodilla para
conservar la sangre que le quedaba. Él no notó lo que estábamos haciendo, el
dolor le cubría los ojos como una venda de seda, cosa que le salvo de las
miradas sospechosas que nos lanzábamos unos a otros. Nos habían hablado de este
tipo de cosas, de gente haciéndose heridas casi fatales para escaparse de los
horrores que les esperan. Mientras que las demás mentes estaban llenas de
preocupaciones de lo que nos pasaría por tener un “cobarde” en el grupo, la mía
se estaba saturando con ideas.
El
chico que se disparó había cogido para sí mismo la mejor manera de ser mandado
a casa, pero era también la más conocida. Tomé inspiración de lo que hizo pero
decidí adaptarlo, no funcionaría dos veces lo mismo. La única opción que me
queda es hacerme el loco, escuché que un soldado no puede estar en las
fronteras si tiene algún trastorno mental. Será difícil, pues no funcionará de
inmediato, pero es la última idea que me queda y haré lo posible por una vida
fuera de aquí.
Empecé de manera sutil, soltando de vez
en cuando alguna frase sin sentido o algún movimiento fuera de contexto, pero a
medida de que iban pasando las semanas e iba notando las miradas inseguras
decidí intensificar el teatro. No había hablado con nadie durante días pero
cuando fuimos a entrenar un martes de abril no paré de buscar conversación. Cuando
estábamos corriendo todos juntos por la valla exterior como hacemos todos los
días, me tiré al suelo y comencé a gritar incoherentemente durante unos tres o
cuatro minutos hasta que dos generales me vinieron a buscar. Me llevaron con
ellos y posteriormente me informaron de que no estaba en condiciones adecuadas para
seguir participando en los entrenamientos físicos diarios. Esto es lo último
positivo que he escuchado.
A partir de ahí pensé que ya habían
picado el anzuelo y que iba a estar de camino a casa como mucho dos semanas
después, pero han pasado meses y lo único que puedo hacer es ir aumentando los
niveles de inestabilidad que muestro. El estrés y el insomnio están teniendo
efectos, y cuando me vi en el espejo ayer, era un esqueleto quien encontró mi
mirada. Un hombre más viejo de los años que en realidad tengo y con greñas de pelo
sucio que caen por mis hombros. He perdido la musculatura que había trabajado durante
tantos años, y como consecuencia la piel me queda suelta como si no fuera mía.
Estoy intentando recordar cuándo fue la última vez que comí, pero los días se
me mezclan desde que sólo duermo minutos sueltos cada par de horas.
Creo
que sospechan algo, me miran más de lo normal y oigo susurros en todo momento,
incluso cuando no están a mi vista. Sin duda me están vigilando constantemente,
por eso mantengo la fachada a todas horas, aun cuando cada célula de mi cuerpo
me pide descanso.
Pero
resulta insoportable, cada día pienso que tiene que ser el último y son
incontables la veces que he querido admitir que estoy fingiendo. Mas ya no
puedo volver hacia atrás, estoy atrapado en la mentira, y parece que cada ojo
en el campamento está dirigido hacia mí. Esta noche no he podido aguantar la
ansiedad y mi carácter se ha quebrado durante treinta segundos, mordiendo la sábana
y gritando contra la almohada de mi cama. Aunque, pensándolo, ese medio minuto de
locura ha sido tan parecido a como actúo durante el resto del día que nadie habrá
notado la diferencia si es que me han visto.
Si
consigo dormir por una vez, aparecen en mis sueños imágenes de soldados muertos
tirados en el suelo. Cuando intento correr piso cuerpos y escucho gritos de
dolor que provienen de cadáveres sin voz. Me despierto chillando cada noche, y cuando
abro los ojos los soldados están todavía frente a mí, a centímetros de mi cara,
hablando con palabras que nunca entiendo. No sé quiénes son, pero ya no me
asustan, ni siquiera sé si están vivos o no. A veces pierdo la visión por
completo y cuando las figuras se enfocan de nuevo son siempre soldados muertos,
con caras distintas y con voces mezcladas.
No
distingo sueños de realidad y no entiendo si estoy ya fuera del campamento,
sinceramente me da igual. Sólo quiero salir
del infierno que es mi cabeza, que es mi vida. Hasta morir en la guerra sería
una manera de escapar, rápido y sin complicaciones. Ya no quiero marcar
diferencia ni crear belleza. Quizá no hace falta inyectar color, por ahora
necesitamos vivir en blanco y negro. Lo único que quieren hacer es matar y
morir, y lo han conseguido. Millones de cadáveres tirados por los campos del
país, y millones de cabezas como la mía muertas. No es vivir, realmente, cuando
ven el mundo en monocromo, cuando te tratan como un difunto andante.
Aimee Lewis