Hoy le toca el turno al 2º Premio de la Categoría de Adultos, que recayó en Sergio Valdés con su relato "La Visita". esperamos que disfrutéis de su lectura.
David
acababa de poner el plato en la mesa cuando recibió un whatsapp. No quiso
cogerlo porque empezaba a arrepentirse de instalar el dichoso “programita de
mensajes”. Al final, el pescado y la conversación con su mujer ocuparon toda su
atención.
-
Hoy
es domingo, noche de miedo- le dijo David a Elena, su mujer.
-
¡Ah,
es verdad!. ¿Ya quedaste con Lolo para ver “cuarto milenio”?.
-
No.
Pero ya le mando luego un “guasá” de esos.
Terminaron
de comer y, mientras Elena fregaba los platos, David recogía la mesa, cuando
vio la señal intermitente en el móvil. Después de unos segundos mirándolo
siguió recogiendo. No quería verse dominado por un aparato, así que hizo el
esfuerzo, soportando el recuerdo del mensaje como un taladro en su cabeza.
Cuando
ya estuvo todo recogido y no tuvo excusa, cogió el teléfono y tranquilamente,
con el aparato en la mano, se sentó en el sofá junto a su mujer y encendió un
cigarro para ella y otro para él.
El
mensaje era un logo de una cara alargada cubierta por las manos que mostraba
sorpresa, como la de El grito de Edvard Munch. Era enviado por un número
desconocido para él.
-
¿Tú
sabes de quién es este número?- le preguntó David a su mujer?-.
-
No,
pero espera que lo compruebo.- Marcó el número en su teléfono pero no le
apareció ninguna identidad.
Miró
la información de contacto del whatsapp y encontró la foto de un bulldog
francés durmiendo, sin mensaje de estado, sin nombre.
-
¿Quién
tiene un bulldog francés?- se preguntó David más para sí mismo que a su mujer.
Al no obtener respuesta, se encogió de hombros.- Bueno, pues ya insistirá.
Eran
las diez de la noche cuando David se disponía a salir hacia la casa de Lolo.
Recogió unos panchitos y una petaca de whisky y se despidió de su mujer.
-Bueno
me voy ya- le dice a Elena-. Antes de irte a dormir dame un toque.
El
camino se le hizo misterioso. Su coche era el único que circulaba por la
tranquila carretera de San Bartolomé a Playa Honda. Una gran ventaja que tiene
vivir en la isla de Lanzarote es la ausencia de atascos y, a ciertas horas y en
ciertas carreteras, puedes estar “casi” sólo. Tras la oscuridad podía ver las
siluetas oscuras de los volcanes. Se le ocurrió poner la banda sonora de Silent
Hill, su videojuego favorito desde hace ya más de una década, para dar más
misterio. Vio a lo lejos la pista de aterrizaje del aeropuerto y cómo un avión
se disponía a aterrizar, así que salió de la carretera y paró el motor para
disfrutar del espectáculo, dejando la música encendida. La fuerte luz amarilla
fue acercándose cada vez más hasta que pudo distinguir las parpadeantes luces
roja y verde. Parecía una pista de bolos con la bola acercándose a él. Todo
giraba en torno a Lolo y a lo que le hizo; a su prometedora carrera como
jugador que desarrolló de un modo innato. Era una joven promesa que pudo vivir
de este deporte, que era lo que le apasionaba. Su swing era conocido en todas
las islas como “la zarpa del Tigre”. Así era como le llamaban: “el Tigre”.
David, en cambio, siempre fue muy patoso y el Tigre le cedió poderes de
representante para compartir su éxito, aunque, de todas formas, todo lo
gestionaba él mismo. En la noche más importante de su vida consiguió reunir a
los mejores representantes del país, su futuro dependía de esa noche. Todos
pueden tener una mala partida, pero el Tigre nunca fallaba; así que no importaba
que David, que como mucho batía algún bolo, jugase en su equipo. Cansado de tan
poco acierto, a David se le ocurrió cambiar de bola. El Tigre se acercó para
ayudarle, ofreciéndole una bola del 12, pero David quería una del 15, como las
que usaba el Tigre. Encontró la bola que buscaba y, en uno de sus actos
impulsivos, la agarró sobreexcitado con fuerza hacia sí mismo empujando la mano
del Tigre hacia el interior del surtidor, destrozando su carrera y su vida. Sabía
que, aunque mantuviesen una amistad fuerte, Lolo tenía una herida sin
cicatrizar y, en lo más profundo de su corazón, le guardaba rencor. Podía
sentirlo. Pero David no podía pasarse la vida lamentándose por haber cometido
un descuido que le costó la carrera a Lolo.
Tal
vez fuera peligroso estar apartado de la carretera en esas circunstancias, así
que puso el seguro del coche. El avión
estaba a punto de tomar tierra. Miró a su alrededor por si veía alguna
sombra acercarse… y de repente el móvil sonó. Era un mensaje de Lolo: “¿Vienes
o no?. Están hablando de casas encantadas”. El mensaje le hizo cambiar el ánimo
a David. Lolo es el mejor amigo que se puede tener. Por eso siempre le lleva
whisky para no verle triste. Se encendió un cigarrillo, terminó de ver
aterrizar el avión; aunque no lo vio tan nítido como esperaba, solo unas luces
bajando entre otras luces; arrancó el motor y se dirigió a casa de su amigo.
David
se acercó a la puerta con las manos ocupadas por el whisky y los panchitos y,
como la casa de Lolo no tiene timbre, tocó dando unas patadas sonoras mientras
gemía como un fantasma.
-Pero,
¿qué coño haces?- le recrimina Lolo abriéndole la puerta.- ¿Qué quieres?,
¿llamar la atención del vecino sarasa?.
-Te
he traído whisky- David le ofrece la petaca mientras va entrando en la casa y deja
lo que ha traído encima de la mesa que hay junto al sofá, enfrente de la tele,
y se vacía los bolsillos.
-Esto
no me soluciona nada pero me lo arregla todo- dice Lolo antes de dar el primer
trago.
-¿De
qué están hablando hoy?- pregunta David mientras se sienta en el sofá junto a Lolo.
-Se
han encerrado en un antigüo hospital para oír cosas.
-Si
hubiese una casa llena de fantasmas yo la compraba.
En
la tele se veía a una persona sentada en la oscuridad llamando a los espíritus,
lo que hizo que ambos amigos rieran. Se oyó un fuerte golpe y el locutor se
envalentonó emocionado y nervioso, lo que provocó más risa aún.
-Pues
hace poco hablaron de Montaña Roja- dijo David-. Por lo visto hay un rey
enterrado allí y cuando bajaron dentro notaron una presencia que les hizo salir
pitando.
-Pues
nada, habrá que ir allí.
-¡Ah!.
Me mandaron un whatsapp y no sé quién es. Márcalo tú a ver si tienes el número-
Lolo cogió el móvil y se dispuso a marcar-. Seis…, cero..., siete…
-¿Te
lo sabes de memoria?- dijo Lolo mientras marcaba los números sin dejar de mirar
el teclado-.
-Sí,
de tanto buscarlo. Otra vez cero, siete…, uno, cero, cinco,…
David
terminó de darle el número sin quitar la vista del televisor hasta que Lolo le
hizo desviar su atención.
-“Te
visitará la muerte…”
-¿Qué?-
David miró asombrado a Lolo inmóvil.
-¡Hostia
David!, ¿éste quién es?. ¿El matatías, el cacerolo…?. ¿Quién puede poner un
estado así?.
David
se arrimó al teléfono de Lolo, más avanzado que el suyo, y lee el mensaje de
estado: “Te visitará la muerte…!.
Lolo
amplió la imagen buscando alguna pista. Por momentos creyeron encontrar alguna
silueta alrededor, trataron de identificar el mobiliario… pero casi toda la
imagen la ocupaba la cabeza del perro durmiendo.
-¡Vete
preparando!- le dijo Lolo en broma pero con cara seria-. Pregúntale quién es.
-No
puedo. Lleva desconectado todo el día.
-A
ver, piensa quién puede poner un mensaje así.
Ambos
miraban la foto mientras repetían pensativos “te visitará la muerte… te
visitará la muerte…”. De repente sonó el teléfono de David, quién miró a Lolo
perplejo por unos segundos. Resultaba terrorífico cómo el sonido del móvil, un
tono que imitaba el timbre de los teléfonos antigüos, rompía el silencio con
cada “ring”.
-Uff,
qué susto- dijo David mientras se levantaba para recoger su móvil de la mesa-.
Es Elena. Le dije que me diese un toque antes de irse a dormir. Hola mi niña.
-Mi
niño, ya estoy en la cama. ¿Qué tal lo estáis pasando?
-Bien,
bien… Estamos aquí viendo “Cuarto milenio”. Y tú, ¿qué tal?, ¿qué has hecho?.
-Pues
nada, …ahí viendo la tele. Estoy muerta de sueño. Voy a caer tan rendida que no
voy a volver a levantarme. Bueno, pues que lo paséis bien. Ya nos vemos mañana.
Y no te vuelvas muy tarde que mañana tienes que trabajar.
-Ya
lo sé. En cuanto termine esto vuelvo a casa.
-Pero
ten mucho cuidado en el camino de vuelta- David se asusta un poco.
-Mi
niña, no me digas eso… Que sí, que yo tengo cuidado. Como si nunca hubiese cogido
el coche…
-Sí,
ya, pero esa carretera está muy oscura. Tú ten cuidado por el camino, ¿eh?.
-Que
sí, que sí, mi niña. Mira que decirme eso… Mañana te cuento, anda.
-Bueno,
te corto que me caigo muerta de sueño. Que lo paséis bien, cariño. Te quiero.
-Te
quiero mi niña. Un beso.
David
volvió a su sitio con el móvil en la mano. Pensó en la casualidad de que su
mujer estuviese preocupada precisamente esa noche, en la repetición de la
palabra muerte… Dispuesto a averigüar quién se escondía detrás de ese mensaje,
agregó ese número como contacto.
-¿Qué
le digo?- le preguntó a Lolo.
-Pregúntale
quién es.
-No,
se supone que él sabe quién soy yo y si le pregunto eso puede responderme
cualquier cosa.
-Pues
mándale lo mismo que él te mandó a ti.
-Buena
idea- buscó el mismo logo y se lo mandó-. ¡Ah!. No me acordaba que estaba
desconectado.
-¡No!.
¡Se acaba de conectar!... Espera… Se ha vuelto a desconectar. Este se ha
conectado solo para leer tu mensaje.
-Pero,
¿cómo puede ser?.
Ambos
quedaron unos segundos en silencio pero con un nerviosismo que les avivaba por
dentro. No estaban preocupados pero sí intrigados. Aún así decidieron esperar
que respondiera a insistir, aunque, pasados varios minutos a David le pudo más
la curiosidad.
-
Voy a mandárselo otra vez… Ya está.
-¡Otra
vez está conectado!- En ese momento sonó el móvil de David-. ¡Hostia!. ¡Se ha
vuelto a desconectar!. ¡Ese se conecta solo para hablar contigo!.
David
abrió el mensaje y se encuentró con el mismo logo otra vez.
-Pero,
¿cómo puede ser?- preguntó David desconcertado.
-Tendrá
alguna opción de permanecer en estado de no conectado.
-Sí
pero, entonces, ¿por qué aparece como conectado para responder?
-Yo
qué sé. Aquí hay para una novela de Stephen King.
-Voy
a ponerle “¡qué pasa tío!”.
Pasaron
varios minutos más pendiente del teléfono pero no hubo respuesta. David volvió
a mandar otro mensaje que decía “¿sabes lo que ha pasado en tu pueblo?”
esperando una reacción de curiosidad y una respuesta decente para recoger algún
dato sobre su interlocutor, pero nada, no contestó.
Pasaron
los minutos y la conversación perdió interés, así que David decidió ir
directamente al grano: “¿quién eres?”, le preguntó. Hecho esto, Lolo, que
estaba pendiente del móvil, se alarmó.
-¡Se
ha conectado!- el móvil de David volvió a sonar-. Ya está. Se ha vuelto a
desconectar.
-Bueno,
vamos a ver quién es.
David
abrió el mensaje y quedó aún más desconcertado. Ya no sentía misterio, sino
enfado, porque el asunto había perdido la gracia. El mensaje repetía “te
visitará la muerte…” pero esta vez con tres signos de exclamación hacia abajo
seguido por un logo con una cara muerta.
-Bueno,
pues se acabó. Ya no le hago caso. A ver si se cansa y me dice quién es.
Este
asunto les absorbió tanto que el programa llegó a su final casi sin darse
cuenta. David, nervioso porque era tarde y tenía que madrugar y por la noche
que llevaba, recogió sus cosas y se dispuso a salir.
Ya
en la puerta se despidió.
-Bueno…
pues nada. Ahora a enfrentarme a lo desconocido- dijo David en plan cómico-.
Bajó
las escaleras de la casa y se subió al coche. Mientras se abrochaba el cinturón
vio por el espejo retrovisor la puerta cerrada. Lolo no se quedó esperando a
que David se fuese, como siempre hacía, pero no le dio importancia.
Arrancó
el motor y volvió a sonar la música. Saliendo de Playa Honda, vio un coche de
la guardia civil parado en mitad de la rotonda. Debía ser un control de
alcoholemia.
Al
pasar por una zona industrial fue a encenderse un cigarro pero no encontró el
mechero. “El camino promete… así que mejor que fume…”, se dijo a sí mismo.
Encontró el mechero debajo del móvil, detrás de la palanca de cambios. Lo cogió
y miró al frente y vio en el retrovisor las luces de la guardia civil que le
seguía. Recordó oír algo de que estaba prohibido conducir fumando, así que
decidió no arriesgarse; dejó el mechero y el cigarro a un lado y condujo
prudentemente. “Así que esto era el peligro que me esperaba… ¡Noche maldita!”,
pensó David. El coche le seguía muy cerca, las luces ocupaban casi todo el
retrovisor. “¿Querrán algo de mí?... ¡Mierda!, ¡la música!”. Tenía el volumen
tan alto que si la guardia civil le hubiese dicho algo por el altavoz no lo
habría escuchado. Así que dejó el sonido casi inaudible manteniéndose cauto y a
la espera.
Pasó
a setenta kilómetros por hora en una carretera con límite de ochenta, deseando
acelerar, pero la guardia civil siguió pegado a su coche, ni siquiera le
adelantó. “Pero, ¿qué querrán?”, pensó David.
La
rotonda a Güime estaba completamente vacía y aún así David casi paró totalmente
el coche antes de entrar. Pasó la rotonda sin quitar la vista del retrovisor y
se alegró al ver a su perseguidor tomar otro desvío, pero no respiró tranquilo,
ni se encendió el cigarrillo. Pensaba que podrían estar tomando un atajo para
cortarle el paso, en el caso de que le hubiesen hablado sin él escucharlo.
Volvió a subir el volumen mirando a diestro y siniestro donde solo encontró
oscuridad.
Ya
casi estaba en San Bartolomé, vio las casas y las luces de la calle y… subiendo
por el camino directo a Güime al coche de la guardia civil viniendo hacia él.
David se disgustó por no haber fumado el cigarro pero trató de tranquilizarse.
“No estoy haciendo nada malo. No pueden hacerme nada”, pensó. Se adentró en el
pueblo esperando cualquier cosa. “No me quedo tranquilo hasta que aparque”,
pensó. Giró un par de calles más y llegó a la suya. Aparcó el coche y se bajó
de él. Miró delante y detrás pero no encontró nada raro. Todo estaba en silencio.
Ahora sí respiró aliviado. “Con esto de la guardia civil se me olvidó lo del
mensaje”, pensó. “Me meto dentro ya, no sea que pasen por aquí y me vean”.
Abrió
la puerta sin encender ninguna luz. Entró en la habitación, se quitó la ropa en
la oscuridad y se acostó en la cama sin arrimarse a su mujer para no
despertarla con su cuerpo frío de la noche. Repentinamente, notó suavemente que
le cubría de calor el cuerpo de Elena quien, estando dormida, le sintió y se
abrazó a él y, aunque empezó a tiritar por la diferencia de temperatura, no le
soltó. Él le devolvió el abrazo, olvidándose de todo lo ocurrido en la noche,
quedándose dormido casi al instante.
-David,
levántate- como todos los días le despertaba su mujer porque él estaba muy
dormido para escuchar el despertador-. Es la guardia civil.
Dio
un respingo en la cama. Tras asimilarlo, se levantó y se puso el pijama
dispuesto a aclarar todo esto.
Al
salir de la habitación vio a la pareja esperando en la puerta. Hechas las
identificaciones le preguntaron por el modelo de coche.
-Un
momento- interrumpió David-. Yo no hice nada. Si me hablaron por el altavoz no
les escuché por la música. Ustedes pudieron hacerme alguna señal luminosa-
Cuando la pareja de guardias civiles se miraron intrigados mutuamente se dio
cuenta que ese no era el asunto por el que habían venido-. ¿Qué es lo que
pasa?.
-¿Estuvo
anoche en la casa de Manuel Montiel Lunas?.
-Sí.
¿Qué pasa?. Somos amigos íntimos.
-Sus
vecinos le vieron anoche aporreando la puerta y después notaron un hedor fuerte
que salía de la casa de su amigo. Hace unas horas se pasaron por allí para ver qué
era ese olor. Dicen que encontraron la puerta abierta sin haber sido forzada.
¿Usted tiene una copia de la llave?.
-Sí-
dudó al contestar-.
-Sus
vecinos encontraron muerto a Manuel, sentado en el sofá. Parece ser que lleva
muerto una semana. Vístase, tiene que venir con nosotros hasta que aclaremos
este asunto.
David
trató de hacerles entender que era una equivocación, que su amigo estaba vivo y
que estuvo con él anoche, pero no tuvo tanto valor como para oponer
resistencia. Se despidió de su mujer, a quien no le dejaron acompañarle. No
entendía nada de lo que pasaba, era el nombre y apellidos de Lolo, él golpeó la
puerta…, pero estaba vivo con él anoche. La confusión casi le paralizó, hasta
que, una vez en el coche, le mostraron una foto. “¿Es este Manuel Montiel
Luna?”, le preguntaron. Entonces lo vio, sentado en el mismo sofá de anoche,
demasiado real para ser un montaje. Lolo estaba muerto. En mitad de la
confusión se acordó del whatsapp y, agitado, sacó el móvil.
-¡Un
momento!. Tal vez esto les pueda aclarar algo.
Nervioso,
encontró el mensaje dando un respingo que le hizo caer el móvil. Se quedó
mirándolo perplejo, ahí en el suelo. La cara del bulldog durmiendo como la de
Lolo, en descomposición, blanco y con ojeras. Entonces rió y lloró al mismo
tiempo al comprender que “no entendía nada”. Era una broma o una venganza del
más allá o de dondequiera que fuese pero supo quién le envió el mensaje al ver
el número al revés. …0707105… (“SOILOLO”).
Sergio Valdés, ganador del 2º Premio de la categoría de adultos. |
Acabo de leer el relato y me ha gustado mucho. El desenlace ha sido inesperado y creativo.
ResponderEliminargracias. está basado en un hecho real aunque el final es cosa mía.
EliminarMe ha encantado. Buenísimo el final. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pedro Alisedo
muchas gracias. a mí también me gustó el tuyo. cuídate compi
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