Quiero compartir estas letras que me ha escrito un buen amigo, José Ramón Navas. He elegido este Blog para hacerlo, por que la primera entrada que tuvo este Blog fué precisamente un relato que le dió su nombre, escrito por el Sr. Navas.
Gracias amigo y maestro.
Entre lava
solidificada y un sol abrasador, nos conocimos dos amigos. Una tarde de verano,
juntos por el amor a los libros y a las letras, y apoyados en un sinfín de
momentos, algunos alegres y otros menos felices, como le pasa a todo el mundo.
Yo, extranjero de
otra isla, refugiado de amor entre volcanes y viento. Él, emigrante de Asturias y
audaz compañero de literarias vicisitudes. ¡Ay, Javi! ¡Pero mira que te gusta
meterte en mil batallas, aún sabiendo que las perderás! Pero eso es lo que te
hace grande, amigo mío, tu tenacidad y tu gallardía para buscar oasis de ideas
donde otros sólo ven eriales de conocimiento. Agradeceré siempre tu
incondicional apoyo siempre a mi trabajo y tu respeto y lealtad hacia mi
persona.
Faltaría a la
verdad si no dijera que te echo de menos a veces. La palabra “amigo” no es
fácil de adjudicar a nadie, pero cuando lo haces, duele que se desvanezca entre
olas de sal y vientos alisios.
―No lo dudes, amigo
―contesta―. Ni el océano nos separará, y siempre tendremos nuestro rincón
literario para guardar como un tesoro nuestra amistad.
Estamos a finales
de noviembre, y sopla un intenso viento del norte, aunque no hace demasiado
frío, como debería ser lo habitual en esta época del año. Aún así, nos pedimos
unas bebidas refrescantes en la terraza donde hemos quedado para vernos.
―Con todos los
planes que teníamos por delante ―le espeto, algo apesadumbrado, aunque no se lo
dije en ese momento.
―Bueno, ya habrá
tiempo para cumplirlos, al menos, unos pocos de ellos ―me responde. Está
entusiasmado con la nueva vida que le espera por delante.
Me alegré de verdad
de que, al fin, pudiera cambiar su anodina vida en esta isla, para afrontar
nuevos horizontes, allá donde nuestros antepasados iniciaron la colonización de
un nuevo imperio.
Sin embargo, a
veces te echo de menos, amigo mío. Sí, tienes razón, no soy precisamente muy
amante de salir, dejando atrás mis estrechos aposentos de creación y
conocimiento, pero siempre se agradecía compartir contigo una buena comida y
una mejor conversación.
La última hora y
media que estuvimos juntos se me pasó volando. Nos despedimos con un fuerte
abrazo y yo, por mi parte, con una extraña sensación de vacío. Arranqué el
coche, puse la música y me dirigí a la salida del aparcamiento, mirando por el
retrovisor.
―Adiós, Javi ―me
digo a mí mismo―. Espero que seas feliz en tu nueva vida y consigas todo lo que
mereces. Hasta pronto, amigo mío.
Giro la esquina. Ya
no estás allí.
Volveremos a
vernos, estoy seguro.
Siempre un placer sincero compartir contigo cosas, amigo mío. Un gran abrazo.
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